La ciencia se equivoca y... se corrige

Mencionar los errores científicos del pasado es un viejo truco de los creacionistas

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El abogado Fernando Zamora cuestiona la confianza que deben merecer las teorías científicas y su premonición sobre lo que según él postulan “las tesis materialistas” acerca del origen de la vida ( “El problema de la ciencia”, Opinión 29/4/2017). Primero, lo valioso de la ciencia no es que sea infalible –pues no lo es–, sino que ella se autocorrige. Segundo, no es cierto que los científicos tiendan a “guiarse más por la teoría que por los datos”. Su vocación es reanalizar los datos a la luz de nuevos hallazgos, y replantearlos para proponer teorías remozadas, las que sirven de andamiaje para otras experiencias.

Un ejemplo es la mecánica de Newton, revisada por Einstein al albor del comportamiento de la luz y su interacción con la materia. A pesar de esto, ningún científico se burla de la propuesta de Newton. En cambio, el doctor Zamora afirma que “la ridiculización de otras nociones crea un ambiente de opinión que preserva la teoría dominante”.

El problema no es que los científicos se equivoquen. Al fin y al cabo, la ciencia es el producto de monos desnudos y jupones, productos de la evolución. Echar mano de los errores científicos del pasado es un viejo truco de los creacionistas, quienes, a falta de ideas, usan añeja retórica.

Origen común. Decir que la tesis materialista propone que la vida surgió espontáneamente, es un error de falta de instrucción. La ciencia no prueba el origen de la vida, pues es evidente que tuvo un origen. Además, la ciencia no afirma que la vida apareció espontáneamente.

Lo que la ciencia propone es que la vida se originó a partir de los elementos químicos (de algo, y no de nada) y bajo ciertas condiciones de radiación, temperatura, acidez y humedad. La ciencia añade que toda la vida –por lo menos la terrestre, hasta nuevo aviso– tiene un origen común pues está hecha del mismo tipo de macromoléculas primigenias que circulan por el universo y que son una prueba de que la síntesis abiótica no es una ficción.

Además, la ciencia propone que todos los organismos provienen de un mismo tipo celular, originado hace unos 3.800 millones de años. Los fósiles que datan de unos 3.600 millones de años, apoyan esta propuesta. Podemos inferir el origen de la vida por regresión del algoritmo del árbol filogenético universal de los organismos, el que se ha construido a partir de genomas. Esta inferencia prueba la evolución y un origen común. Algo parecido podemos hacer con el sistema solar y el cosmos, hasta el origen mismo de la materia y del universo.

No conocemos los detalles de cómo se originaron las primeras células. La ciencia no es capaz de revelar todos los secretos de la naturaleza, pero por lo menos lo intenta a riesgo de equivocarse. Los errores que cometen los científicos son los albores de nuevos descubrimientos; por el contrario, quienes se alimentan de dogmas no arriesgan nada y prefieren pasar la vida repitiendo.

Ciencia, no fe. Preguntarse sobre el origen de la vida es científicamente válido ya que este es susceptible a experimentación. No son asuntos triviales la fabricación de especies y la construcción de células en el laboratorio. Tampoco lo es la síntesis de los precursores de ácidos nucleicos que labran a los genes a partir de elementos simples presentes en la atmósfera primigenia de la Tierra. Además, esperamos que la exploración planetaria dé pistas sobre el origen de la vida.

Argumentar que la vida fue creada por un ente sobrenatural (eso sí es espontáneo), es un asunto de fe, y discutir al respecto es inútil. Lo “sobrenatural” no es objeto de la ciencia. Sin embargo, sugerir que los materialistas somos unos necios y que nos la vemos de a pelitos para explicar esas cosas, es un mito absurdo creado por mentes que –parece– no emergen por la evolución, sino por “generación espontánea”, como las moscas de cuatro patas de Aristóteles.

Vale la pena recordar lo que escribió Galileo con respecto al lugar de la Tierra en el cosmos: “No caviléis ya por el cielo ni por la Tierra, ni temáis su subversión, ni tampoco la de la filosofía, porque, en cuanto al cielo, es vano que temáis de lo que vos mismo juzgáis inalterable; en cuanto a la Tierra, nosotros procuramos ennoblecerla y hacerla semejante a los cuerpos celestes y ponerla en los cielos, de donde vuestros filósofos la han expulsado”. La osamenta de Galileo esperó 359 años para que la Inquisición reconociera su error.

De paso sea dicho, los ensayos que dieron al traste con la tesis de la “generación espontánea”, fueron los de Lazzaro Spallanzani, no los de Pasteur. El problema no es equivocarse: es no corregir.

El autor es científico.