La campaña “pro vida”

La cruzada antiaborto del PASE, disfrazada de “pro vida”, es una campaña por la muerte

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Los sectores conservadores, fundamentalistas y heterócratas, élites incrustadas en el poder del Estado, esta vez encabezados por el PASE, continúan su guerra santa. El gatillo de hoy: la figura del embrión como ser humano, y otra serie de distorsiones anticientíficas, falsas y mágicas sobre el aborto. En medio de todo esto, las mujeres –sujetas de derecho, personas y ciudadanas– son desplazadas.

Estas élites, que hace menos de un siglo les encontrábamos demonizando el voto femenino y divorcio, se han opuesto en lo reciente a la anticoncepción moderna, a la educación sexual, a la FIV, al reconocimiento de derechos a parejas no heterosexuales y otros, son los mismos que creen pueden patologizar la homosexualidad con fondos públicos e insisten en instrumentalizar la función pública para promover el odio, perpetuar privilegios y mantener su hegemonía político-sexual.

La campaña “pro vida” impulsada por la diputada Chávez apuesta por una sociedad del espectáculo, sin asidero científico, pero muy llamativa y efectiva, una donde la política conservadora y neoliberal se asocia a imágenes que, mediante el terror, nos dicen cuál mundo debemos habitar, cuál cuerpo tener o qué hacer con él, y buscan naturalizar o tornar como reales ficciones políticas de dominación que se centran en promesas de vida, dejando al margen a personas concretas. Una política que se preocupa más por esas posibilidades de vida humana que de las muertes concretas que habitamos diariamente.

¿Dónde están los autoproclamados “pro vida” defendiendo la seguridad social? ¿Dónde manifestándose contra el femicidio, o contra las políticas que provocan la precarización de la vida e injusticia generalizada? ¿Dónde están los que enarbolan la figura de la mórula, embrión o feto, denunciando la degradada institución que provoca el que 7 infantes diariamente terminen en el Hospital Nacional de Niños producto de la violencia que les infligen sus progenitores?

El truco de esta campaña, ¿pro vida?, pasa por desplazar la cuestión de la “vida” de algo concreto experiencial (una vida buena para las mujeres) a lo metafísico: “la vida del no nacido”.

Oculta precisamente lo que dice externar, el dolor, que no pasa por imágenes espectaculares cargadas de amarillismo y efectos, sino por la realidad cotidiana que sufren niñas embarazadas –léase, violadas– en un país donde se les obliga a ser madres, de miles de adolescentes que deben renunciar a sus proyectos de vida por el mandato que le impone una élite ajena a la realidad; oculta la realidad de todas esas mujeres que trabajan en pésimas condiciones y con salarios más bajos frente a sus compañeros.

La cruzada antiaborto no defiende la vida, simplemente hace campaña por la muerte en nombre de la protección de la vida. Con este fin oculta cuestionamientos como ¿A cuánta violencia y terror deben exponerse ciertos cuerpos para producir vida según lo exigen las normas sociales? ¿Cuántas vidas deben cesar para que exista una vida conforme a las normas? ¿Cuántas mujeres deben ser “mártires” para salvaguardar el mandato sexista sobre las políticas sexuales y reproductivas?

La democratización de la sociedad pasa necesariamente por el cuerpo, por defender el derecho de este a su autodeterminación sexual y de género; una sociedad que enfoque su atención en promesas de vida al tiempo que produce cuerpos que no importan, los de las mujeres concretas, es profundamente totalitaria. La lucha pasa por ser más que fuerza de trabajo o reproducción; esta garantía de soberanía sobre el cuerpo es el primer elemento de la vivencia de una ciudadanía plena y, por ende, de una democracia real.

Abrir la discusión en torno al aborto es una necesidad que no solo pasa por el género, sino también por la clase y otras cuestiones, y que debe darse en un nivel serio, responsable y científico.