La Caja del mañana

Sigo convencido de que los problemas de la Caja tienen solución

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Escribo estas líneas cuando apunto cada vez más de cerca a mis 70 años, en medio de una Costa Rica que ya no conozco aunque la he vivido y recorrido la mayor parte de ese tiempo. No conocí la patria colonial ni la republicana joven, que ayudaron a configurar desde mis más lejanos antepasados hasta mis abuelos, pero sí he tratado de conocer a aquella junto a la cual crecí, después de la Segunda Guerra Mundial y de nuestra Guerra Civil de 1948. Con ese conocimiento vivencial, por años pensé que la actual era la misma que había conocido; pero me equivoqué porque, a partir de la década de 1970, todo cambió: las noticias, documentos y vivencias nos muestran a una Costa Rica que, desde tan lejos como sus límites marítimos hasta tan cerca como su vida diaria, ha ido borrando su propia identidad, como si poco a poco hubiese ido perdiendo su alma. Y conste que estoy seguro de que el alma costarricense sigue presente, pero los cambios de los tiempos la ocultan tras un velo de multitudes, prisa, superficialidad, ambición, deseo de vida fácil, desorden, enojo, descortesía, polarización social y violencia, cuyas consecuencias, en lo privado como en lo público, nos deja ver la prensa nacional día con día.

Es como si, colectivamente, hubiésemos olvidado que Costa Rica es lo único nuestro, lo único que puede perdurar si así lo queremos y si luchamos porque así sea, y estuviésemos decididos a destruirla llevándonos en banda tanto lo privado como lo colectivo, con graves implicaciones que hemos visto en las tragicomedias de la Caja Costarricense de Seguro Social, el ICE y Alcatel, el TLC, los dramas legislativos y ejecutivos, las calles atascadas y destruidas por enormes tráileres y por miles de otros vehículos usados que se importan, aparcan y circulan, atascando nuestras estrechas vías públicas, sin dejar de lado los huecos en las vías, los puentes en mal estado, la platin a y un mar de curiosidades más.

Quiero enfocarme en la Caja, guapa setentona que otrora fue orgullo de Costa Rica ante el mundo. Me han motivado a volver sobre el tema sendos artículos publicados en este diario por los doctores Zeirith Rojas Alfaro (“A los médicos del Seguro Social”, 5/febrero/2013) y Édgar Mohs Villalta (“La medicina del futuro”, 7/febrero/2013), ambos muy queridos profesores en la Escuela de Medicina de la Universidad de Costa Rica cuando, en la década de 1960, crecíamos al unísono ellos como profesores, nosotros como estudiantes y la Escuela como tal. El Dr. Rojas apunta a un tema del que escribí meses atrás en este mismo diario: la dignidad humana; y el Dr. Mohs nos llama la atención sobre el hecho de que no estamos preparados para obtener y aplicar, en nuestra práctica médica diaria, los productos del desarrollo científico y tecnológico.

Recordemos que la CCSS nació como institución estatal semiautónoma, error que fue rápidamente enmendado para darle autonomía de gobierno y de presupuesto. Pero 30 años después, las leyes de Juntas Directivas y Presidencias Ejecutivas, seguidas por la extensión indiscriminada de coberturas y el traspaso de hospitales, le impusieron sumisión en cuanto a gobierno y presupuesto y multiplicaron sus deberes.

Después, la falta de claridad y autoridad administrativas, el aumento de población y la insaciable ambición de los administrados la ha llevado al reciente tambaleo premórtem que ha sido alimentado por el deseo de algunos de darle jaque mate, en un momento de la historia en que la mesa parece servida para la privatización total de la medicina. Esto ya se veía anunciado por el regreso de los seguros privados al escenario nacional.

En tiempos en que se socava el ejercicio de la autoridad, los procesos están entrabados, las finanzas andan mal y la voracidad de tantos es desmedida, parece tan difícil avanzar en lo que apunta el Dr. Mohs como complacer al Dr. Rojas, logrando que los jóvenes vuelvan a soñar. Pero... no! Todo lo que he señalado hasta aquí, es pasado.

Mi preocupación por este tema tampoco es nueva; algunas observaciones y propuestas quedaron plasmadas en artículos que me publicó La Nación desde el año 2004 (“¿Quién podrá salvar a La Caja?” y “La CCSS y la fuerza del destino”) hasta el año 2011 (“La Caja: de la picota a microcirugía”, que escribí en colaboración con el Dr. Juan A. Carazo Salas).

Hoy sigo convencido de que los problemas de la Caja tienen solución, de que la Caja del mañana está esperando que hoy tomemos acción. Pero se requieren el trabajo de un equipo que se atreva a actuar, fuerte apoyo político y técnico y mucha interacción con usuarios y empleados (que también son usuarios y les conviene, en su doble identidad, que la Caja resucite). Esto, un megaproyecto; es lo que yo llamaría un buen reto para un nuevo gobierno. Con un grupo de mentes despiertas, corazones vigorosos, voluntades inflexibles y caracteres bien templados, se puede hacer.

¿Lo hacemos? Yo me apunto.