La caída de Ícaro y sus lecciones para los negocios

Una obra de arte puede abrir una ventana que nos permita tener una mejor visión de los desafíos de nuestro tiempo

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Alcanzar el equilibrio entre la responsabilidad social corporativa (RSC), que implica una visión a largo plazo de la manera en que las empresas pueden aportar a un bien social mayor, y sus operaciones cotidianas resulta una tarea formidable.

Para entender esta dinámica y los retos que supone, haríamos bien en dejar a un lado las hojas de cálculo y observar en detalle una obra maestra del renacimiento flamenco: Paisaje con la caída de Ícaro, atribuido a Pieter Bruegel el Viejo.

Vista desde la perspectiva adecuada, la versión de este pintor del antiguo mito griego de Dédalo y su hijo Ícaro nos da una visión única sobre los excesos de la economía de mercado, así como las recientes iniciativas para ponerles límite.

Prisionero en la isla de Creta, Dédalo construye alas de cera y plumas para él mismo y su hijo. A pesar de sus instrucciones de no volar ni demasiado cerca del mar ni muy lejos del sol, Ícaro vuela tan alto que sus alas se derriten, cae al mar y se ahoga (la pintura muestra un par de piernas blancas desapareciendo en el agua). La moraleja es más que clara: el orgullo desmedido puede ser fatal.

Ideas de economistas

Resulta tentador trazar paralelos entre Milton Friedman e Ícaro. A generaciones de estudiantes de economía se les ha enseñado la doctrina Friedman: la responsabilidad social de la empresa consiste en lograr las mayores utilidades posibles.

Las ideas de este economista y el resto de la escuela de Chicago ayudaron a crear el capitalismo sin barreras de las economías occidentales de posguerra. Sin embargo, la crisis financiera global del 2008, junto con el rápido calentamiento global, marcó el fin del consenso dominante de que “el sentido de tener una empresa es ganar utilidades” (“the business of business is business”).

Hoy, la implacable búsqueda de utilidades a cualquier costo parece condenada a desaparecer como Ícaro bajo las olas, con una mano moviéndose inútilmente en el aire. Como Colin Mayer escribió en su libro del 2018 Prosperity: Better Business Makes the Greater Good, “el propósito social de la compañía debe ser encontrar soluciones rentables a los problemas de nuestro planeta y sus habitantes”.

La tragedia del horizonte

La pintura de Bruegel también sirve como recordatorio de las metas de la RSC. El labriego que guía el caballo para arar un surco poco profundo resalta la importancia de una agricultura sostenible, la biodiversidad y el compañerismo entre humanos y animales.

Mientras tanto, la figura del pescador tendiendo su hilo lleva nuestra atención hacia el mar, un primordial bien común que se tendría que cuidar como corresponde. La modestia de su acción nos habla de que no podemos vaciar las fuentes de nuestro bienestar, que deben ser de fácil acceso y compartidas por y para todos.

Esta mentalidad debe estar al frente de nuestras acciones a medida que asumamos nuestra responsabilidad por el empeoramiento de la crisis climática y emprendamos los cambios radicales que son necesarios para preservar el planeta y evitar las catastróficas consecuencias del calentamiento global.

En el horizonte de Bruegel, el sol ilumina los barcos que transportan gente y mercancías. ¿Es el ocaso de un mundo que muere, o el amanecer de uno nuevo? La pregunta nos obliga a ponderar quién guiará nuestra embarcación —la economía global— hacia aguas más tranquilas a largo plazo.

En el 2015, el entonces gobernador del Banco de Inglaterra Mark Carney explicó en un discurso en Londres que “la mayor parte de los actores sentirán que (el cambio climático) supera sus horizontes tradicionales, lo que impondrá un costo a las generaciones futuras que la generación actual no tiene ningún incentivo de evitar”. En consecuencia, nos toca a nosotros la responsabilidad de resolver lo que Carney describió como “la tragedia del horizonte”.

Presente y futuro

Por último, el pastor tiene la mirada fija en Dédalo, aparentemente cautivado por la posibilidad de volar. Ni él ni su perro, atado a su costado, cuidan el rebaño de ovejas. La escena nos invita a buscar la ayuda de los demás para liberar las energías necesarias para proteger el clima y preservar la naturaleza, y el desafío de equilibrar las preocupaciones actuales con las aspiraciones para el futuro, dilema que se ha vuelto más agudo a medida que las corporaciones adoptan nuevas maneras de hacer negocios.

Al llevar estos cambios a la práctica, debemos evitar que nuestros conciudadanos se alejen de nosotros y, potencialmente, inciten a desórdenes sociales.

No hay duda de que para interpretar una obra de arte visual casi siempre es necesario un grado de comprensión de su contexto histórico. Las circunstancias sociales, políticas, religiosas, económicas y culturales del período nos ayudan a entender su significado. Sin embargo, una vez presentado al público, el arte cobra vida propia, porque nos pertenece a todos. De esa manera, puede abrir una ventana que nos ayude a dar una mejor mirada a los desafíos de nuestros propios tiempos.

Solo si entienden lo que está en juego, los empresarios modernos podrán desarrollar estrategias de RSC coherentes y eficaces.

Observar en detalle el Paisaje con la caída de Ícaro es una excelente manera para que los líderes corporativos puedan hacerse una panorámica de la situación y poner en ejecución mejoras en sus sistemas sociales y ambientales.

Vanessa Badré, docente de la American University, es abogada e historiadora del arte.

© Project Syndicate 1995–2024