La buena política

Pese a las desviaciones de algunos dirigentes, no podemos ser indiferentes a la política

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En una reciente visita pastoral a las ciudades italianas de Cesena y Bolonia, el papa Francisco expresó que “el rostro auténtico de la política y su razón de ser” es “un servicio inestimable al bien de toda la colectividad” y que, por lo tanto, es necesario “relanzar los derechos de la buena política, su idoneidad específica para servir al bien público, para actuar de tal modo de disminuir las desigualdades, para promover con medidas concretas el bien de las familias, para dar un sólido marco de derechos y deberes y para hacerlos efectivos para todos”.

Afirmó, también, que para la vida en comunidad es esencial una buena política que “sepa armonizar las legítimas aspiraciones de los individuos y de los grupos teniendo el timón bien fijo sobre el interés de toda la ciudadanía”.

Creo que estas reflexiones del obispo de Roma sobre la política, exaltando su importancia y su valor, son oportunas de cara el inminente proceso electoral para elegir el próximo presidente de la República y los diputados a la Asamblea Legislativa que asumirán funciones en mayo del 2018, y deben hacernos meditar sobre el concepto que de ella tenemos los costarricenses.

Se puede afirmar que una mayoría de la ciudadanía no valora adecuada y justamente la política como la actividad que se ocupa de elevados y nobles propósitos, ni el trabajo de armonización de las relaciones humanas que esta realiza, y menos aún la tarea de los políticos de reconocer, tutelar y promover los derechos de todos y que, por el contrario, la consideran como una actividad en extremo perversa, como el lugar de la mentira, la demagogia, el cinismo y la corrupción, calificando a quienes la practican como personas carentes de ética y moral.

Tampoco estiman el poder estable del orden político sin el que sería imposible imaginar la vida, ya que por ser el individuo un animal político y, por lo mismo, esencialmente un ser social, su anhelo a la felicidad personal no lo puede alcanzar de forma aislada, sino dentro del Estado que es la sociedad por excelencia y en el que las acciones políticas deben tender al bien común.

Causas. Este contraste entre la conceptualización de la política y la percepción de los ciudadanos tiene múltiples causas, siendo una de las principales las desviaciones éticas de los dirigentes políticos, que no solo menoscaban la credibilidad de sus liderazgos, sino también el prestigio y señorío de la propia política, actividad que se ocupa de elevados y nobles propósitos, como son el bienestar de la persona humana y la creación del conjunto de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo libre y pleno de su propia perfección.

Lamentablemente, los casos de corrupción o de falta de probidad en los que se cuestiona a personajes del mundo político y a funcionarios públicos contribuyen a reforzar la negativa opinión que la gente tiene de la política y de quienes la ejercen.

El sonado caso del cemento chino, que un día sí y otro también nos sacude con nuevas y sorprendentes revelaciones, ha causado una profunda indignación del pueblo costarricense, un negativo estado de ánimo colectivo que podría acrecentar el desencanto y la apatía hacia la política.

En ese contexto, las palabras del papa argentino, quien igualmente criticó el “limitarse a observar desde el balcón” lo que hacen los demás sin asumir sus propias responsabilidades, son una luz que nos ayuda a comprender que pese a las desviaciones y los excesos de algunos dirigentes, no podemos ser indiferentes a la política, que no debemos prescindir de la buena política, que esta si existe y que su ejercicio nos ha ayudado, como país, a alcanzar indicadores económicos y sociales que nos ubican entre los mejores en América Latina.

La buena política le ha dado a Costa Rica logros trascendentales de los cuales debemos sentirnos orgullosos.

Por eso, una ciudadanía atenta y activa en los asuntos políticos es necesaria para que prevalezca la buena política.

El autor es exembajador ante el Vaticano.