La beatificación

Juan Pablo II está cada vez más cerca de llegar a ser oficialmente declarado santo

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Con gran júbilo hemos recibido la noticia de la próxima beatificación de nuestro querido papa Juan Pablo II, quien, con ello, está cada vez más cerca de llegar un día a ser oficialmente declarado santo. Sí, un santo de nuestro tiempo, un modelo de vida, un ejemplo de amor y de servicio a Dios y al prójimo.

“Dejadme ir con el Señor”, fueron las últimas palabras que pronunció la noche de aquel sábado 2 de abril del 2005, víspera del Domingo de la Divina Misericordia, unas pocas horas antes de partir. La curación del mal de Parkinson en la religiosa francesa Marie Simon-Pierre, en forma inmediata e inexplicable desde la ciencia médica, acontecida en junio del 2005 tras orar a Juan Pablo II por su salud, atestigua no solo que efectivamente está con el Señor, sino que también sigue atento a lo que acontece en la tierra, dispuesto a rogar por nosotros ante el Señor.

Fecha simbólica. La emoción ha sido aún mayor al constatar la fecha de la beatificación: el Domingo de la Divina Misericordia, II Domingo de Pascua, cuya celebración –este año– será el día 1 de mayo, Día de San José Obrero. Lejos de ser una coincidencia, tal como enfáticamente lo ha hecho ver Benedicto XVI, la fecha resulta ser profundamente significativa.

En esta fecha, II Domingo de Pascua, Juan Pablo II había beatificado, en 1993, y canonizado, en el Año Jubilar 2000, a Santa Faustina Kowalska, Secretaria y Apóstol de la Divina Misericordia. Ahora, ha correspondido a Benedicto XVI beatificarlo a él en esta misma fecha. Así, una vez más, la Divina Providencia vuelve a asociar a este gran Papa con la obra de la Divina Misericordia, y, muy particularmente, con el Domingo de la Divina Misericordia, fecha instituida en forma oficial precisamente a través de él, en el Año Jubilar 2000, al permitirle acoger fielmente la solicitud de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina en 1931: “Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Divina Misericordia (DSF299)”. “Hija mía, di que esta fiesta ha brotado de las entrañas de mi misericordia para el consuelo del mundo entero (DSF1517)”.

Esta asociación de Juan Pablo II con la Divina Misericordia resulta aún más significativa al notar que la partida del recordado papa aconteció precisamente en la vigilia del Domingo de la Divina Misericordia, muy pocos minutos después que el actual cardenal Estanislao Dziwisz, quien fuera su secretario personal durante 40 años, celebrara al lado de su lecho de muerte la misa del Domingo de la Divina Misericordia, y lograra darle, en la comunión, como viático, algunas gotas de la preciosísima sangre de Jesús; todo un regalo de Dios dadas las promesas de Nuestro Señor asociadas a la Eucaristía de este gran día. Narra el cardenal que el papa, quien a diario rezaba la Coronilla a la Divina Misericordia, la rezó sobre todo aquel día, y “con el pensamiento en Jesús Misericordioso, ha entrado en la vida eterna”.

Súplica de despedida. A la mañana siguiente nos sería leído el último mensaje escrito que Juan Pablo II había preparado: la reflexión del Regina Coeli de ese Domingo, que decía: “¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y de acoger la Divina Misericordia!” Esta vino a ser su súplica, paternal y amorosa, de despedida.

La obra iniciada por Nuestro Señor a través de Santa Faustina fue complementada y oficializada a través de Juan Pablo II. En noviembre del 2009, en Argentina, el cardenal Dziwisz, actualmente arzobispo metropolitano de Cracovia, afirmó: “Ciertamente, digo, son dos apóstoles de la Divina Misericordia: Sor Faustina, que ha recibido del Señor Jesucristo este mensaje, pero este mensaje y devoción ha sido difundido en todo el mundo por Juan Pablo II, segundo apóstol de la Divina Misericordia, que esperamos sean pronto dos santos: Faustina y Juan Pablo II, “apóstoles de la Divina Misericordia”.

Karol Wojtyla había entrado en contacto con el mensaje de la Divina Misericordia desde muy joven, cuando, trabajando como obrero industrial durante la II Guerra Mundial, se detenía en el camino de regreso del trabajo a su casa, para orar en la capilla del convento en el cual muy pocos años atrás había vivido y fallecido sor Faustina. Allí conoció de ella y del mensaje que Dios le había encomendado para el mundo entero. En esa misma capillita, Dios le fue cambiando a él los planes que hasta entonces tenía, de dedicarse al teatro o a la literatura, por los suyos: el sacerdocio, y luego, hacer de él el sucesor de San Pedro, para, desde esta sede, presentar oficialmente al mundo el mensaje de la Divina Misericordia.