La batalla contra la desigualdad

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Una centena de obreras jóvenes murieron hace 105 años en una fábrica cuando reclamaban derechos laborales básicos: horarios decentes, condiciones humanas y un pago justo. Los residuos de telas de dos semanas se encendieron y aún hoy no está claro cómo. Los capataces habían cerrado las puertas y salidas de emergencia. Fallecieron 123 obreras y 23 hombres. La mayoría de las víctimas eran mujeres inmigrantes, con edades entre los 14 y los 23 años.

Hoy, 8 de marzo, conmemoramos este evento en el Día Internacional de la Mujer y confirmamos luchas que cada una de nosotras llevamos dentro, porque la vida de cada mujer es una batalla por el respeto, la no violencia, la igualdad de oportunidades y por nuestra identidad y dignidad.

De esas luchas surge el feminismo, que busca la igualdad entre géneros, no la supremacía de uno sobre el otro. En eso se diferencia del machismo, que es una cultura de opresión y violencia contra las mujeres.

Persiste la desigualdad. A pesar de que en la actualidad más mujeres se insertan en las aulas universitarias y en la fuerza laboral –donde comparten con hombres profesiones e intereses que antes les estaban vedados– y que muchos hombres ejercen una paternidad activa, en Costa Rica aún vivimos en condiciones de desigualdad.

Las mujeres nos enfrentamos a retos y condiciones distintas y más complejas. Los niños y adolescentes varones, por ejemplo, no son víctimas de relaciones impropias que generan embarazos. Para el año 2013, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, se reportaron 473 nacimientos de madres menores de 15 años y 7 de padres menores de 15. En el rango de 15 a 19 años, 12.451 adolescentes se convirtieron en madres y 1.760 adolescentes varones en padres.

Por su condición de mujer, estas madres deben permanecer en el hogar para cuidar a sus hijos, sin posibilidades de tener empleo y sustento económico que les permita garantizar el alimento y vestido de sus familias. Por esa misma condición, y en razón de que muchos hombres no ejercen la paternidad responsablemente, deben acudir a la demanda alimentaria. Esta violencia y discriminación afecta el derecho a la educación de las niñas y de las adolescentes.

Cuando se accede al empleo, enfrentamos brechas salariales de entre un 4% y un 36%, según la OIT. Las oportunidades de ascenso para las profesionales son restringidas. Menos de la mitad de los puestos de dirección en el sector público son ocupados por mujeres. En lo privado, las mujeres apenas ocupan alrededor del 25% de las direcciones. En el país, las mujeres patronas apenas sobrepasan el 20%. En las zonas rurales, las cifras son aún más bajas.

Violencia. Las mujeres somos las principales víctimas de la violencia intrafamiliar. En el año 2013, más de 50.000 mujeres así lo denunciaron. En materia de hostigamiento sexual, la Defensoría ha verificado que el 90,5% de las víctimas son mujeres.

Estos datos y las historias de desesperanza, rezago, angustia, dolor y sufrimiento detrás de cada cifra son muestra de que hoy, al año 2015, en Costa Rica, las mujeres seguimos siendo objeto de discriminación y violencia.

Los datos serían peores sin las actuales reformas legales, donde se incorporan los avances de las convenciones internacionales sobre derechos de las mujeres, y si no existiera el Inamu o la Defensoría de la Mujer.

Los datos nos demuestran que aún hoy esas leyes e instituciones son imprescindibles para contrarrestar los efectos de la cultura machista.

Reivindicación. Soy mujer, y por el simple hecho de serlo conozco la discriminación, como la conocen todas mis congéneres, profesionales, madres, hijas, solteras, casadas, trabajadoras, amas de casa.

Todas hemos soportado chistes sexistas, acoso callejero y menosprecio a nuestras capacidades bajo el único argumento de que somos mujeres.

Entre nosotras, sabemos que una mujer debe trabajar el doble para demostrar su capacidad. Vivimos en una sociedad en la que el “poder” se define en términos masculinos, y, en nuestro imaginario, aún nos cuesta reconocer las virtudes de un poder en femenino.

Los feministas no pedimos privilegios, sino derechos e igualdad. Pedimos que se nos reivindique como personas, sujetas de derechos. Buscamos progreso para todos, y que se nos deje forjar libremente nuestro proyecto de vida sin temores, sin discriminación, sin prejuicios, al lado, no adelante ni atrás, de los hombres.

Hoy, no queremos rosas, demandamos derechos e igualdad de oportunidades.

La autora es defensora de los habitantes.