La bancarrota de la política

Mientras la política siga operando con esquemas de mediados del siglo XX no habrá salida

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¿Qué sucede con la política prácticamente a escala mundial? Que asistimos a una desarticulación de sus horizontes. Ella se ha convertido en un escenario donde cualquier cosa puede suceder (¡y sucede!); donde los actores con escuela y kilometraje valen lo mismo (incluso menos) que los improvisados.

El electorado parece haber perdido el rumbo: actúa con base en impulsos repentinos, más motivado por sus ansias de rechazo y castigo que por la voluntad de rectificar el rumbo. Sus decisiones son puramente temperamentales, expresión de efímeros estados de ánimo.

Hoy, resulta frecuente que partidos que han ganado abrumadoramente una elección, pocos días después de los comicios muestren un apoyo ciudadano de apenas un 12% o un 9%.

La misma disputa electoral se ha tornado una comedia de equívocos y una caja de sorpresas. ¿Sus protagonistas? Una izquierda que, en vez de transformar, procura mantener y restituir; una derecha que no busca conservar y restaurar, sino desmantelar; y, por supuesto, los inquisidores morales que arremeten contra la política misma.

En este alucinante contexto, ya las apuestas no son a favor de planteos razonables y realistas, sino al contrario: el electorado se pronuncia a favor de quien grita más fuerte, muestra más voluntad de revancha y más capacidad de denigración ajena. Exorcizar el presente importa más que edificar el futuro.

Declive estatal. ¿Qué está detrás de este desquiciado panorama? La irrelevancia del Estado nacional. Este ha quedado pintado en la pared, reducido a sus funciones de gendarmería y de administración de servicios y recursos porque los procesos sociales verdaderamente importantes desbordan hoy sus dimensiones y los alcances de sus poderes.

Por otra parte, el futuro ha perdido crecientemente sus márgenes de previsibilidad, resultando así un advenimiento incontrolable, cada vez menos susceptible de programación.

La vastedad ya señalada de los procesos sociales y el desarrollo vertiginoso de los conocimientos y las tecnologías conducen fatalmente a que tengamos semejante resultado.

Modernización. Mientras la política siga operando según los esquemas de mediados del siglo XX y no se instale en el siglo XXI, no habrá salida. Solo si se conquistara algún poder de control sobre el advenimiento del futuro, si se lograra planificar a escala planetaria y pensar los asuntos en términos de la humanidad, cabría alguna solución.

La política podría así superar su actual caricatura y volver a constituirse en lo que le corresponde ser. Pero tendría que operar en un nivel de enorme amplitud y con una institucionalidad inédita.

He aquí una tarea que compete a los políticos, pero, sobre todo, a los ciudadanos, los más interesados en una efectiva gestión participativa de los asuntos públicos.

El autor es catedrático jubilado de la UNA.