La autosuficiencia económica es un engaño peligroso

Si la fragmentación de la economía global continúa, las tensiones entre las grandes potencias probablemente se intensifiquen

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En los últimos tres años, la covid-19 y la guerra en Ucrania expusieron las vulnerabilidades que surgen de la profunda integración económica global. Hoy, los gobiernos y las empresas en todo el mundo le han dado una alta prioridad a acortar las cadenas de suministro, reconstruir la capacidad de producción doméstica y diversificar los proveedores. Pero estas respuestas están motivadas no solo por consideraciones pragmáticas de gestión de riesgo, sino también por el objetivo de la autosuficiencia económica, una aspiración que amenaza con descarrilar cualquier reestructuración estable de la economía global.

En su discurso del estado de la Unión del 2022, el presidente norteamericano, Joe Biden, prometió crear una economía en la que “todo, desde la plataforma de un portaaviones hasta el acero de los guardarraíles de las autopistas, se fabrique en Estados Unidos de principio a fin. Todo”. Estos compromisos luego se cristalizaron en la Ley Chips y de Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación, que ofrecieron subsidios extraordinarios y exenciones impositivas para incentivar la fabricación doméstica. La administración Biden también ha apelado al concepto de “relocalización de la producción en países amigos”, que representa un tipo de autosuficiencia regional basada en argumentos de seguridad nacional y normativos.

En respuesta, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha propuesto que la Unión Europea lleve adelante su propia estrategia “Hecho en Europa”. Pero los giros introspectivos de la producción no se han limitado a las economías avanzadas. El primer ministro Narendra Modi también ha prometido crear una “India autosuficiente” e, incluso antes de que estallara la pandemia, la búsqueda de la autosuficiencia de China ya estaba bien encaminada cuando, en el 2018, el presidente Xi Jinping relanzó el eslogan de Mao Zedong de “regeneración a través del esfuerzo propio”.

La autosuficiencia es diferente del proteccionismo. El objetivo nominal no es proteger a empresas o sectores específicos, o debilitar a otros, sino construir resiliencia doméstica en un mundo menos seguro. Como estrategia introspectiva de preservación, y no como un programa de castigo hacia los de afuera, parece ser benigna, hasta sensata. Pero es una ilusión. Incluso si la autosuficiencia es una respuesta entendible frente a un mundo que se está alejando de la apertura económica, amenaza con alimentar una inestabilidad sistémica aún mayor.

Equilibrio cada vez más inestable

Las tendencias autárquicas de hoy son un síntoma del desvanecimiento de la pax estadounidense. La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China y la división cada vez mayor entre los regímenes democráticos y autoritarios han perjudicado cada vez más la capacidad de Estados Unidos de mantener abierta la economía de mercado global.

Según una teoría de las relaciones internacionales, una potencia hegemónica confiable y comprometida que hace cumplir las reglas globales y ofrece bienes públicos globales es un prerrequisito para mantener abiertos los mercados internacionales. Cuando la potencia predominante ya no tiene los medios o la voluntad para desempeñar este papel, los mercados de repente se vuelven inaccesibles.

La potencia hegemónica apelará al proteccionismo para contener a los rivales en ascenso y preservar su propio estatus global, y a la vez reducir sus compromisos internacionales. En respuesta, los nuevos retadores, como China, socavarán el sistema internacional al desafiar su legitimidad.

Las señales de menor compromiso de Estados Unidos con el orden liberal global se han venido multiplicando. Durante la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos abiertamente rechazó los principios y el sentido de propósito que habían animado su compromiso internacional durante las siete décadas precedentes. Y aunque Biden declaró a comienzos de su presidencia que “Estados Unidos está de vuelta”, su administración solo reparó de manera marginal el daño que se había perpetrado en los cuatro años anteriores.

Estados Unidos sigue utilizando el comercio como un arma contra China y continúa llevando a cabo una política industrial de exclusión. Al mismo tiempo, China, junto con otras economías emergentes, ha venido construyendo un sistema internacional paralelo centrado en torno a sus propias instituciones y alianzas.

El mundo, en consecuencia, se encuentra en un equilibrio cada vez más inestable. Si bien el orden económico internacional todavía existe en un sentido formal, ya no ofrece estabilidad en la práctica. A los países no les queda otra opción que la de fortalecer sus propias capacidades domésticas y agrupamientos regionales. En tanto el mundo esté fragmentado entre líneas democráticas y autoritarias, el intercambio internacional se basará más en la discriminación política que en la ventaja comparativa.

Frenar la fragmentación

Históricamente, los principales exponentes intelectuales de la autosuficiencia —desde Englebert Kaempfer, Jean-Jacques Rousseau y Johann Fichte hasta Mohandas Gandhi y John Maynard Keynes— suponían erróneamente que este tipo de estrategias contribuía a la paz internacional al aislar a los países de las influencias externas que fomentaban la guerra. Pero la naturaleza introspectiva de la autosuficiencia inevitablemente choca con el deseo de zonas económicas más amplias o de bienes inaccesibles.

Hace más de un siglo, los imperios europeos intentaron alcanzar el control exclusivo de regiones económicamente valiosas, lo que contribuyó a las tensiones entre las grandes potencias que alimentaron las guerras a lo largo del siglo XIX, antes de estallar definitivamente en Sarajevo en 1914. De la misma manera, durante los años entre guerras, el Japón imperial intentó reducir su dependencia de materias primas clave de Estados Unidos al expandir su presencia en Asia.

Pero eso, llegado el momento, lo llevó a una confrontación directa con las potencias occidentales en la región. Hoy, las tensiones por el estatus de Taiwán, un eslabón crítico en la cadena de suministro global de semiconductores, epitomiza este riesgo.

Si la fragmentación de la economía global continúa, las tensiones entre las grandes potencias probablemente se intensifiquen, aumentando la posibilidad de un choque. Alternativamente, Estados Unidos podría asimilar la erosión de su posición hegemónica. Si bien sigue ejerciendo una influencia sustancial, podría tomar la delantera a la hora de reestructurar la gobernanza global y hacerla más inclusiva y consensuada. Eso es lo que el mundo necesita para restablecer la confianza entre los países y alentar la apertura económica.

El objetivo debería ser una dependencia mutua entre los países. Para evitar la costosa fragmentación de la economía global en bloques separados, necesitamos una retórica que sea menos autoritaria vs. democrática, mayores esfuerzos para separar las cuestiones económicas de las preocupaciones por los valores y un foco diplomático renovado en el patrimonio global.

Las estrategias de autosuficiencia invariablemente conducen a un caos sistémico, en tanto los bienes y mercados esenciales se vuelven inaccesibles. Los intentos por fortalecer las capacidades domésticas de maneras excluyentes nunca han generado la resiliencia nacional o la paz internacional que prometieron los defensores de la autosuficiencia. Por el contrario, estas políticas muchas veces han sido presagios de conflicto.

Edoardo Campanella, miembro sénior en el Centro de Negocios y Gobierno Mossavar-Rahmani de la Escuela Kennedy de Harvard, es coautor (con Marta Dassù) de Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West (Oxford University Press, 2019).

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