Keibril Amira García y su madre fueron víctimas del silencio

Una sociedad que se precia de su educación y valores falla en prodigar a las víctimas pequeñas de la violencia los cuidados que merecen

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Hemos visto los horrores de la violencia contra los niños, y especialmente contra la bebé Keibril Amira García y su madre. Hay varios ejemplos más, puesto que algunos se mantienen en el silencio y no denuncian, o por la indiferencia de quienes callan para no tener problemas.

Lo que conocemos es apenas la punta del iceberg de una problemática que se incuba en la intimidad del entorno familiar, donde deberían estar seguros y resguardados.

Decía el poeta Jorge Debravo en su poema “Silencios” que “un millón de niñitos se nos mueren de hambre y un silencio se nos duerme contemplándolos”. Debería añadirse que se mueren no solo de hambre, sino de indiferencia, de falta de redes de apoyo, de la ausencia de políticas en favor de sus derechos.

Una sociedad que se precia de su educación y valores falla en prodigar a las víctimas pequeñas de la violencia los cuidados que merecen como seres vulnerables. No hemos oído su voz, una frágil voz que reclama ser escuchada. Hagamos valer sus derechos, voces que piden que dejemos de hacer la vista gorda y expongamos con valentía las situaciones que vemos con claridad.

Lamentablemente, los gobiernos ponen el énfasis en los asuntos económicos y dejan de lado lo social y la enorme desigualdad que nos ha hecho un país donde vemos la violencia y el enojo crecer frente a nuestros ojos y toca sin piedad a los miembros más pequeños o nos los arrebata de nuestros hogares como el flautista de Hamelin, sin que sepamos su paradero.

Los servicios de salud y educación y quienes trabajamos con poblaciones menores de edad no solo estamos viendo con mayor frecuencia casos relacionados con abuso sexual y violencia física, castigos corporales infligidos conscientemente, pero también las secuelas de adentrarse en terrenos más oscuros, como lo es el maltrato psicológico o la negligencia.

Nos enfrentamos a la reducción de recursos para programas sociales orientados a proveer alguna protección a las pequeñas víctimas. La mayoría de las veces en que detectamos abuso y maltrato topamos con trabas administrativas que deben ser resueltas a la brevedad, a fin de detener esta horrible ola, no por culpa de los funcionarios, pues quiero creer posible que no existe alguien con conocimiento de una injusticia que se queda inmóvil, sino porque a veces es escaso el poder de acción.

Es casi increíble que situaciones que hoy nos horrorizan sean conocidas previamente por alguien, vistas pero a la vez ocultadas y que prestemos más atención a los deportes o los conciertos que al dolor de los niños.

Nuestra sociedad no solo debe delegar en las instituciones la responsabilidad de proteger, sino también entender que cada uno debe desempeñar un papel activo y vigilante, como padres, como vecinos, como parientes, pues siempre es más fácil señalar que actuar.

marsolel@hotmail.com

La autora es psicóloga clínica y se desempeña en el Hospital Psiquiátrico.