Juangatitlán

Juan Gabriel se nos fue querido, admirado, sin duda dispuesto a renovar los cantos celestiales

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En más de tres décadas de vivir en México, ninguna muerte de una figura pública, culta o popular, había causado tanta conmoción (movimiento y emoción) en la sociedad mexicana como la del cantante y compositor Juan Gabriel. De los idos cultos, poco que decir: podrán estar muy elegantes sus cadáveres o sus cenizas en Bellas Artes, rodeados de materia gris enlutada y circunspecta, pero los devotos y amigos que de ellos se despiden no son multitud (a escala de la población mexicana).

Octavio Paz o Carlos Fuentes, por mencionar dos, estuvieron ahí, en el vestíbulo sepulcral del Olimpo, pero no se paralizaron los alrededores del recinto o las calles de la ciudad. García Márquez en su momento atrajo más personas, pero su número palidece en comparación con el del Divo de Juárez.

Tampoco entre figuras del espectáculo los muertos notables compiten con él. Quizás en su momento Pedro Infante, pero yo no estuve ahí, ni siquiera había nacido. María Félix tuvo su boato mortuorio, como correspondía a la Doña, pero quedó claro que ella no era del pueblo ni había querido serlo, más allá de sus personajes de cine.

Cantinflas fue más llorado y recordado, pero estaba fuera de circulación escénica desde hacía tiempo cuando murió. Era más un buen recuerdo, fortalecido por la repetición de sus filmes en televisión. Chespirito también tuvo su despedida multitudinaria, pero no en Bellas Artes, sino en el Estadio Azteca. Pese a su talento televisivo (o quizás por esto), no llegó al nivel adecuado para estar en el gran palacio marmóreo, tradicionalmente propio solo para cadáveres exquisitos.

En la cúspide del éxito. En todos estos ejemplos, la muerte aconteció cuando estaban más o menos retirados de la escena pública como artistas, mientras que Juan Gabriel falleció en la cúspide de su éxito, cuando, sin ser joven, tampoco era tan viejo, y mientras mantenía una actividad creativa notable, en conciertos, composición, dúos, giras y hasta una serie de televisión basada en su biografía, bastante bien hecha, por cierto, que lo había tenido en las semanas previas a su muerte en la mayoría de los hogares mexicanos, como quien dice, cenando con su público, pues se pasaba los domingos en la noche. Justo el día en que acababa la serie, Juan Gabriel murió. Como quien dice, no pudo elegir mejor momento para hacerlo.

Fue así como la muerte de Juan Gabriel llegó de manera inesperada, cuando gozaba de las mieles de una trayectoria artística que al mismo tiempo se convertía, por obra de la televisión, en una lección de vida, de superación de las adversidades, y en el que el componente de la “preferencia” sexual jugó un papel notable, en un tiempo en que la sociedad mexicana discute estos asuntos de género y sexo con mucha pasión, incluida una propuesta del presidente Enrique Peña Nieto para llevar el matrimonio igualitario a nivel constitucional (una de sus pocas medidas que ha generado, entre sectores educados y laicos, apoyo, pero que se encuentra bloqueada actualmente en el Legislativo, en parte por la presión de las Iglesias).

Propuesta distinta. En el mundo machista por antonomasia (por lo menos cliché), el mexicano, en el submundo del canto viril (mariachis, rancheras, boleros, baladas y demás), en los setenta y ochenta del siglo pasado surgió Juan Gabriel con una propuesta musical distinta en términos de la imagen masculina, que no temió asumir el sentimentalismo y hasta la sensiblería, el abandono y la debilidad del amante; en fin, se diferenció del macho cantor tradicional, representado lo mismo por José Alfredo Jiménez que, ¡oh paradoja!, por Chavela Vargas, cuyo lesbianismo, lejos de debilitar el machismo ambiental, se alimentó de él y hasta lo promovió indirectamente. Después de todo, ¡quién más macha que Chavela!, si hasta tumbó al mismo Indio Fernández en uno de sus jolgorios.

Y no es que Juan Gabriel se propusiera conscientemente revolucionar los estereotipos masculinos y amatorios en la música popular. Le bastó con ser fiel a su naturaleza para proyectar eso en su creación, con un lenguaje vocal y musical accesible que el público aceptó de forma creciente, hasta convertirse en el ídolo que hoy es llorado y cantado en masa.

Sin nunca hablar directamente de sus gustos sexuales, más allá de su famosa declaración de que “lo que se ve no se pregunta”, su figura fue apropiada por el movimiento de la diversidad sexual en sus franjas más populares, sin que él nunca diera su apoyo directo a dicha causa.

Solo pidió a sus seguidores “sentirse orgullosos de lo que son”. En este sentido, el impacto social de Juan Gabriel va más allá de lo meramente musical y tiene que ver con otras versiones de la masculinidad, algo importante en un medio que confunde masculino (o femenino) con heterosexual, sin darse cuenta de que esos términos suponen diversas posibilidades de expresión, en un espectro que cubre desde lo heterosexual hasta lo homosexual, con tonos medios como lo bisexual.

Raro. Aunque algunos ven en Juan Gabriel un icono gay, cabría mejor verlo como queer, raro entre los raros, escurridizo a la norma, incluso a la de la marginalidad. Lo gay es algo muy flaco para dar cuenta de su volumen identitario.

Su aspecto excesivo de los últimos años (recuérdese que de joven fue guapo y delgado) fue señal de fuerza, no de decadencia, de saber que su fortaleza no estaba en su físico gordo y vestido a lo kitsch (otros dirán a lo naco), pues esto era parte de su máscara, sino en su música y en su leyenda personal.

Sabiéndose talentoso y aceptado, finalmente un campeón, podía jugar con su propia imagen, mientras respetara su arte, como en su momento hicieron Elvis Presley o Liberace o lo hace en Inglaterra Elton John.

La muerte de Juan Gabriel ha sido un acontecimiento social memorable, que ni siquiera la polémica visita de Donald Trump a México logró opacar. Le tocó irse en un tiempo lluvioso, entre aguas, acariciado por Tláloc, lo que permitió que muchos machos que lo lloraban en las calles pudieran hacerlo sin que los demás notaran sus lágrimas. Juan Gabriel se nos fue querido, admirado, sin duda dispuesto a renovar los cantos de los coros celestiales.

El autor es escritor.