Juana en Bluefields

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Hoy, es un día para desempolvar aquel octubre de 1988, hace 28 años. La noche del sábado 22, Limón iba a recibir el impacto del huracán Juana y La Nación había desplazado hacia allá y hacia otros puntos del país a casi todos sus periodistas... Fui de los pocos que quedó en San José.

Al mediodía, todo cambió. Juana varió de rumbo y se enfilaba ahora hacia Bluefields, Nicaragua. Mi jefe de entonces, Edgar Fonseca, no tuvo mucho que decir. “Va para Nicaragua”. Éramos él y yo los únicos en ese momento en la gran sala de redacción.

Casi a la media noche, con el fotógrafo Mario Barboza y el chofer Carlos Chaves, cruzábamos la frontera. De Rivas no pasamos porque un río inundó la Interamericana. Allí dormimos en el carro, pero antes del mediodía del domingo llegamos a Managua. Desolada. Mojada. Acudimos a registrarnos como periodistas en presidencia y nos incluyeron en el primer helicóptero de prensa.

Un enorme MI-17 ruso, armado hasta los dientes, nos llevó, hasta el lunes, en el trayecto de 300 km a Bluefields. El domingo en la tarde el tiempo y la guerrilla lo impidieron. Si la nave volaba alto, se exponía a un misil; si lo hacía bajo, el viento era su peor su enemigo.

Yo iba sentado entre cámaras, trípodes, grabadoras y conversaciones en inglés y en español de 20 reporteros. Al otro extremo, pegada a la ventanilla, la cara de aquella mujer se me volvió inolvidable. Lloraba. No paraba de llorar.

Lo que había abajo era destrucción. Los dos pilotos daban vueltas y vueltas para que fotógrafos y camarógrafos captaran los estragos de aquel huracán de categoría 4.

Ya, antes de llegar, lo habíamos visto. Vimos palmeras sin ramas a lo largo del río Rama y, en Bluefields, vimos edificios, pero sin techos. Vimos lanchas, o pedazos de lanchas, en la calle. Me pasé al asiento junto a ella: “Mi papá y mi mamá están allí, no sé si vivos”, dijo.

Ella no era periodista. Se había colado, con ayuda de un militar, en ese primer viaje de la prensa a la “zona roja”. Y apenas aterrizamos, se perdió. Los reporteros recorrimos el pueblo en camión de guerra. Era como zona de guerra. No quedaba nada en pie. La ciudad se veía que había sido bella, por su estilo británico caribeño. Pero esa devastación solo la había visto en películas. Por eso, Dios bendiga hoy a Costa Rica y a Nicaragua.

El autor es jefe de redacción en La Nación.