José Manuel sin la Corte

José Manuel Arroyo es la prueba fehaciente de que se puede tener poder sin aferrarse

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

No recuerdo la primera vez que nos vimos, pero estoy seguro de haberlo mirado con la misma desconfianza que me generan todas las personas con cargos de alta jerarquía y funciones “trascendentales”. Pero hoy, al hablar de él, prefiero llamarlo por su nombre, pues cuando la persona se basta por sí misma sobran los títulos de magistrado, juez, catedrático o cualesquiera de esos adornos de los que otros se valen para sentirse importantes. A él nada de eso le faltó, ni le hará falta ahora que se retira de la Corte Suprema de Justicia.

Muchos podrán referirse a sus calidades académicas y profesionales, de su carrera o sus méritos, pero yo prefiero hablar del hombre de carne y hueso, al que acierta y se equivoca, al que conozco por sus palabras y sus hechos.

José Manuel Arroyo es, con el perdón de muchos, la prueba fehaciente de que se puede tener poder sin aferrarse, sin dejarse dominar; de que no todos los que buscan la cima lo hacen con la intención de mirar a los demás hacia abajo; de que se puede estar en un alto cargo de servicio y seguir sirviendo.

También es, desde mi punto de vista, la prueba de que ante las ideas renovadoras, la sensatez y el trabajo duro aparecen personas dispuestas a interponer cuantos obstáculos les sea posible en busca de su propio beneficio.

Precio de la honestidad. Su mirada ha estado puesta en la justicia, en la búsqueda del bien común, no en la complacencia o popularidad, lo que lógicamente supone un precio. En su larga carrera ganó adversarios, pues como manifestó la escritora Ellis Peters, “los hombres buenos pueden crearse a veces tantos enemigos como los malos”, o incluso más.

Para mi fortuna o su desdicha, la vida nos hizo coincidir durante unos pocos años. En ese lapso estuvimos de acuerdo en varias situaciones, aunque en otras sostuvimos posiciones contrarias, pero jamás recibí de él el mínimo irrespeto, ni las diferencias de criterio ensombrecieron su capacidad de reconocer la dignidad intrínseca de quien piensa distinto.

Me atreví a contradecirlo (cosa que otras personas con puestos similares jamás aceptarían), y no por ello se sintió ofendido ni con la necesidad de ofenderme. Hizo lo que corresponde: tratar de entender mi posición y plantear con claridad sus propios argumentos.

He presenciado ataques injustificados en su contra (o con razones ocultas) porque, como dice el dicho: todo clavo que sobresale recibe martillazos, y lo he visto afrontarse a ellos con esa firmeza de carácter que la mayoría de nosotros no logramos alcanzar.

Lo he visto ser juez, conciliador y líder, pero también como un hombre de familia, un maestro y amigo de los suyos. Una faceta de su vida, por más demandante que sea, no ha eclipsado las otras y, por eso, al dejar su trabajo, no se destruye a sí mismo.

Pérdida. Algunos se alegran con su partida (están en su derecho), otros la lamentamos porque percibimos en ella la pérdida de un jurista y un hombre que tenía aún mucho que dar a una institución que ama. Pero en esta vida hay que saber marcharse cuando llega el momento y solo a él le toca discernir el suyo.

don Quijote hubiera reconocido el tiempo de dejar su oficio de caballero andante, lo habría cambiado por el de “pastor por andar”, como lo escribió Cervantes. Espero, entonces, que este retiro anticipado de don José Manuel Arroyo sea simplemente un cambio de escenario, pues como él mismo lo dijo: deja el cargo, pero no su lucha por construir una mejor Costa Rica.

El autor es psicólogo.