Integridad electoral y deficiencias democráticas

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Recientemente, y como resultado de un esfuerzo conjunto de la Universidad de Harvard y la Universidad de Sídney, se publicaron los resultados del proyecto Percepciones de Integridad Electoral (PEI, por sus siglas en inglés). La publicación consta de un cuestionario que incluye 49 indicadores sobre 11 pasos del ciclo electoral y genera un índice de 100 puntos. Los resultados posicionan a Costa Rica como el segundo país con la percepción de mayor integridad electoral (84 puntos), luego de Noruega (85 puntos), y 12 posiciones antes que el siguiente país latinoamericano: Chile, con 74 puntos.

A pesar de la óptima posición costarricense, y contrariamente a la manera común de compararnos con los demás países, los resultados del PEI deberían servir como invitación a compararnos con la máxima posición posible (100 puntos) y preguntarnos de qué manera podemos mejorar el proceso electoral nacional.

Falacia electoral. Es esencial enfatizar que, a pesar de la importancia de las elecciones presidenciales para el fortalecimiento de una democracia liberal, el proceso electoral es solamente una de las instituciones políticas necesarias para dicho fortalecimiento. La idea no es propia: amplia literatura en las ciencias políticas confirma el grave riesgo de caer en lo que se conoce como “la falacia electoral”, el pensamiento de que las elecciones por sí solas con necesarias y suficientes para la consolidación democrática. La alerta sí es propia, el llamado de atención también. Es necesario que volvamos a ver con ojos críticos e interrogadores a las demás instituciones políticas que deben de funcionar con integridad en el país. Es necesario que incluyamos en nuestras conversaciones diarias, nuestras relaciones humanas y nuestras actividades públicas, una discusión sobre instituciones, como los derechos políticos, las libertades civiles (sin arcaicas restricciones), la efectividad (o falta) de las instituciones de servicios públicos –incluida la (in)efectividad del Poder Legislativo–, la (in)dependencia de las cortes de justicia y la capacidad del sistema de balancear el poder de las tres partes.

Los 16 puntos que perdió el país no deben de ser ignorados. Si consideramos que el índice toma en consideración el periodo pre-electoral, la campaña electoral, el día de las elecciones y los días siguientes, es necesario plantear las siguientes preguntas: ¿Dónde estamos perdiendo puntos? ¿Qué parte del ciclo electoral en nuestro país es percibido como poco íntegro? Con mucha más cautela, pero con igual importancia, debemos de promover un diálogo en el país sobre lo que significa que un porcentaje considerable de la población, el necesario para comprometer 16 puntos en el índice, perciba el proceso electoral como comprometido, falto a la integridad o poco válido.

Es posible que, en el proceso de incorporar esta información en nuestras discusiones sobre democracia, nos demos cuenta de que hay una importante correlación entre las percepciones de integridad política y el porcentaje de abstencionismo de las últimas elecciones.

Una relación entre estos dos indicadores nos permitiría empezar a contar una historia acerca de la democracia costarricense, sus limitaciones y deficiencias, pero, sobre todo, su gran potencial para corregir, renovar y refortalecer.