Hungría y la solicitud de perdón por el Holocausto

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De acuerdo con Yad Vashem, la autoridad para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto, Hungría tenía un pacto de cooperación con Alemania, promulgó leyes antisemitas, reclutó judíos para realizar trabajos forzados para el Ejército y entregó a Alemania extranjeros refugiados, en su mayoría ciudadanos de Polonia y Rusia, que fueron asesinados en Kamenetz-Podolsk. También la ONU reporta judíos deportados a Auschwitz-Birkenau.

Este año se cumplen 70 años de las deportaciones al campo de exterminio de Budapest. Hace diez años, Hungría había pedido perdón oficialmente por medio de una declaración del entonces primer ministro, Gyula Hornante, en el Parlamento de Budapest. En días pasados, ante la Organización de las Naciones Unidas, el embajador húngaro, Csaba Körösi, ha pedido perdón en nombre de su país por la participación en el Holocausto, cuya colaboración con el régimen nazi contribuyó a la muerte de alrededor de medio millón de judíos húngaros (LN 24-1-2014).

El Holocausto –la Shoah – es el genocidio realizado por el Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, por medio de un sistema organizado de crueldad y de injusticia que atentó contra la vida y la dignidad humana de millones de personas, asesinadas, esterilizadas por la fuerza o sometidas a experimentos médicos, o esclavizadas en campos de trabajo. Judíos, negros, “retardados mentales”, homosexuales y “antisociales” fueron las principales víctimas.

Mucho se ha escrito sobre los “campos de concentración” y las atrocidades cometidas en ellos. Siguen conmoviendo las imágenes tomadas por quienes ingresaron a liberar los campos al término de la guerra. Los cadáveres en pilas, la delgadez de los sobrevivientes y las pijamas a rayas han constituido una constante en el “deber de memoria”, que ha hecho que la historia se cuente, una y otra vez, para no olvidar el dolor ni el horror, pero, sobre todo, para exigir: “¡Nunca más!”.

Paradójicamente, ha quedado casi en el olvido la esclavitud sufrida en los gulags, campos de trabajo de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), adonde fueron trasladadas miles de personas de todas las edades. Como el propósito era tenerlos como mano de obra, el fin primordial no era matarlos. Podían morir por las condiciones climáticas, la mala nutrición y las peores condiciones en las que vivían, pero el fin perseguido no era que murieran, sino que trabajaran. Muchos sobrevivieron al Holocausto en los gulags. Algunos están vivos todavía.

Este es el caso de Frida Goldberg, quien, a sus 85 años de edad, radica en Costa Rica. Haberla conocido es un privilegio. El que haya abierto su alma para desempolvar algunos recuerdos y contármelos compromete por siempre mi gratitud, porque escuchar su historia es una lección de esperanza, de coraje, de fortaleza, de sentido y de canto a la vida, aun en medio de la adversidad.

Como dice el lema de la exhibición que se ha inaugurado recientemente en la ONU (28-1-2014): “Cuando escuchas a un testigo, te conviertes en un testigo”. Y quienes lo somos a través de las vivencias de las personas que sufrieron en carne propia el horror, debemos exigir que la historia no se olvide. Es un deber para procurar que nunca más se produzcan avasallamientos a la vida y la dignidad de las personas.

Hoy, la intolerancia tiene muchos matices y hemos de exigir respeto a los diferentes credos, a la libertad de las conciencias, pero también demandar que la diversidad humana sea respetada con su plena dignidad y libertad, con el derecho a vivir sin exclusiones.