Historias de Tierra Caliente

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Las guerras y revoluciones de México fueron estallidos del subsuelo social, de enorme fuerza destruc-tiva (y liberadora) que tardaron mucho en aplacarse. Tras ellas vinieron largos períodos de paz interna y desarrollo económico. ¿Dónde estamos ahora? Si las reformas económicas aprobadas en el 2013 se instrumentan con eficacia y honestidad (un gran “si”) el mayor obstáculo será la falta de paz interior. La fuerza del crimen organizado y la debilidad de las instituciones y las leyes en materia penal, mantienen algunas zonas de México en estado de erupción.

A partir del 2000, cuando transitó a la democracia, este país ha vivido un nuevo ciclo de violencia, ya no ideológica o social, sino criminal. Las escenas que aún circulan en redes sociales son de una crueldad indescriptible. Aunque los carteles del narco y el crimen organizado (aliadas a altos políticos) venían creciendo desde los años setentas, nadie previó la paradójica razón de su florecimiento: al limitar el poder casi dictatorial del presidente, la democracia (un bien en sí mismo, por supuesto) tuvo el efecto centrífugo de favorecer la autonomía de los poderes criminales ligados a los políticos locales y a los policías corruptos.

Comenzó la guerra Hobbesiana de todos contra todos: la guerra civil entre los carteles y la guerra entre ellos y el Estado. El presidente Fox (2000-2006) pecó por omisión: practicó una política de avestruz; el presidente Calderón (2006-2012) pecó por comisión: optó por una guerra frontal y apagó el fuego con gasolina. La espeluznante cifra de muertos rebasa los 80.000.

Muy poco a poco, en un proceso de regeneración política, policial y social apenas embrionario, el Estado ha vuelto a recuperar espacios. Algunos de los grupos más sanguinarios como los Zetas, que han operado en los estados del golfo de México, han sido minados. Algunas ciudades claves de la frontera (Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey) precariamente han comenzado a recobrar un mínimo orden. Pero el debilitamiento de algunos carteles (Tijuana y el del Golfo) y la muerte o captura de varios capos ha prohijado grupos armados que actúan por cuenta propia, ya no en el complejo negocio de las drogas sino en el más asequible de la extorsión y el secuestro.

Secuestrados. La actual erupción ocurre en el bellísimo estado de Michoacán (indígena, colonial, lacustre, montañoso y… volcánico) al oeste de México, escenario central de todas las guerras mexicanas del siglo XIX y XX: la Independencia, la Reforma la Revolución y la Guerra Cristera. Hace años, coludido con las autoridades políticas y policíacas locales y estatales, comenzó a operar un grupo criminal denominado “La Familia Michoacana”, cuya supuesta vocación –inscrita en su nombre- era ayudar a la gente a mejorar sus vidas y a expulsar a los Zetas de Michoacán.

En el proceso, adquirieron un inmenso poder y permearon capas enteras de la sociedad. Una de sus líneas de negocio era la producción de drogas sintéticas, en laboratorios secretos de la escabrosa sierra. Tiempo después, por una misteriosa metamorfosis, “La Familia” (o un sector de ella) se transformó en un ejército místico: “Los Caballeros Templarios”. Este grupo practica la extorsión sistemática a una escala sin precedente. A riesgo de perder los bienes o la vida, nadie se escapa: casas habitación, farmacias, consultorios, oficinas públicas, gasolineras, agricultores del limón y el aguacate, tortillerías. Michoacán es un estado secuestrado.

Hartos de esta situación, en febrero de 2013 surgieron grupos armados de “Autodefensa”, compuestos por rancheros o pequeños empresarios, algunos de ellos antiguos migrantes a Estados Unidos. No son los primeros en Michoacán que deciden tomar la justicia en sus manos: hace tres años, los comuneros indígenas del pueblo de Cherán desconocieron a las autoridades civiles y decidieron colocar trincheras y guardias armados en las entradas de sus pueblos para evitar las incursiones de los talamontes que han diezmado los bosques, patrimonio milenario de esa comunidad.

El epicentro de la acción que confronta a los “Templarios” con los autodefensas es la zona llamada “Tierra Caliente” que, desde tiempos coloniales, por su aislamiento, su clima torrido, su agrestes faunas y floras y la índole violenta de su gente, ha sido la sucursal mexicana del infierno. Fray Diego Basalenque, cronista de Michoacán en la primera mitad del siglo XVII, la describió así: “Para quien no ha nacido allí, inhabitable, y para los nativos, insufrible”.

A lo largo del tiempo, la región ha visto frustrados varios experimentos de desarrollo: agrícolas, mineros e industriales. Un inmigrante italiano, Dante Cusi, fundó ahí a principios del siglo XX las prósperas haciendas arroceras de Lombardía y Nueva Italia. El general Lázaro Cárdenas las expropió para ensayar en ellas, sin éxito, un ejido colectivo, una especie de “Kolkhoz” mexicano. A fin de cuentas, la propiedad se pulverizó y la región se pobló de empresas extranjeras productoras de melón que arrendaban tierras de los lugareños. La gente siguió siendo ingobernable. No es casual que Tierra Caliente sea el santuario de los “Caballeros Templarios”.

Intervención. Recientemente, las fuerzas federales (policía, ejército) han ocupado ese territorio. Tras desplazar a la corrupta policía municipal, han establecido una cierta convivencia con los grupos de autodefensa que tienen el apoyo mayoritario de la población y de respetados sacerdotes. Aunque hay versiones de que algunos autodefensas tienen apoyo del cartel rival de los Templarios (“Nueva Generación” de Jalisco) el Gobierno de Peña Nieto parece decidido a incorporar estas fuerzas de vigilantes a la esfera legal (hasta con una denominación nueva).

Esto no es nuevo pues ya lo hicieron en su momento dos jefes de Estado mexicano: Benito Juárez y Porfirio Díaz. Ellos crearon y desarrollaron el cuerpo de “Los Rurales”, que pacificó al país en las últimas décadas del siglo XIX. Además de esas y otras medias inéditas, la neutralización definitiva de los Templarios requerirá un trabajo de coordinación e inteligencia entre las diversas dependencias oficiales, trabajo que necesariamente llevará tiempo.

Thomas Hobbes profetizó la vida en algunas zonas de México: “solitaria, pobre, desagradable, bruta y breve”. Pero ahora no podemos ya recurrir al Leviatán del pasado, el sistema del PRI, que controlaba el crimen no a través de la ley sino de su propia estructura del poder. Necesitamos afianzar un orden democrático que instaure el estado de derecho (sobre todo en el ámbito penal) y recupere legítimamente el monopolio de la violencia en los territorios conflictivos. Michoacán puede ser un buen inicio y 2014 un año propicio: fue en Apatzingán, capital de Tierra Caliente, donde se promulgó en 1814 la primera constitución de México.