Hasta en los pucheros anda Dios…

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Antes de su primer partido en el Campeonato Mundial, las ticas de la Sub 17 oraron. Recordé, entonces, un reciente comentario publicado en este mismo diario, intitulado: “¿Dios con La Ultra, con La Doce?”.

En Aushwitz, Maximiliano Kolbe, sacerdote católico, ofreció su vida a sus captores en lugar de la de un padre de familia, para darle la oportunidad a este de sobrevivir y reencontrarse con los suyos. ¿Sobrevivió? ¿Volvió a abrazar a sus hijos? Kolbe nunca lo sabría.

En ese mismo lugar, un hombre de apellido Khun daba gracias a Dios por no haber sido seleccionado para la cámara de gas; mientras que Levi, su compañero de camarote, deseó ser Dios para vomitar aquella plegaria, por considerar que al no querer “beber tal cáliz” lo que prefería es que lo bebiera otro por él.

¿Qué tienen en común estos tres individuos? Todos pensaron en Dios. Uno, desde la esperanza de la fe; otro, enfocado en su natural temor; y el tercero, desde la limitación de sus propias debilidades.

Cierto es que hay pocos “Kolbes”, y muchos “Kuhns”, pero sobran los “Levis”, carentes de la solidaridad y la compasión que exigen a quienes tan bajamente juzgan.

Por eso, da lo mismo si aquel pide por su vida o por una trivialidad, para los que hemos sido Levi, cualquier oración irá siempre torcida.

Trivialización. Cierto es, además, que hay quienes recurren a Dios como al mejor de los agüizotes y se salen así de la enseñanza religiosa a la cual afirman pertenecer.

A estos, también, se refiere el papa Francisco cuando habla de atraer a los que están lejos, pues muchos creen estar dentro, estando fuera.

Sin embargo, a los “Levis” lo que les molesta no es la ignorancia o la manipulación de Dios, que la hay, lo que les resulta insoportable es la misma fe. Quisieran que no hubieran manifestaciones públicas de signos o creencias religiosas, y por eso insisten en criticar lo que no conocen. Caen en la tentación que ellos mismos señalan (y de la que ni los más perfectos devotos están exentos): secuestrar a Dios. Solo que no lo secuestran para sí mismos, sino para ocultarlo y evitar que otros piensen y actúen diferente.

La compota de ternura e irritación, que a duras penas tragan ante la incomprensible piedad ajena, deja entrever su anhelo por lo trascendente, y su incapacidad de renunciar a los prejuicios que lo superan.

Con igual ligereza juzgan a Dios por no actuar como ellos lo haría. “Ah, si yo fuera Dios…” (ahí sí es cierto que Dios no existiría). Les resulta más cómodo negarlo. Paradójicamente, entre libros y simples deducciones siguen buscando argumentos para convencer a otros (o a sí mismos) de su increencia.

Ante 35 mil asistentes y varios medios internacionales, nuestras futbolistas obtuvieron una gran victoria: hincarse, alzar sus manos y orar. No faltará un Levi que piense: “Perdieron, o Dios está muy ocupado para estas nimiedades…o no existe”.

Pero quien ha tenido trato de amistad con Dios sabe que hasta en los pucheros anda metido (Teresa de Jesús) y que una fe madura no depende de los resultados.

Así como el niño busca la mirada de su padre ante cualquier logro o cualquier decepción, nosotros también lo hacemos en toda circunstancia, que sin oración va torcida, pero Él la endereza.

Y como el sol sale para todos, piadosos agüizoteros, Kuhns, Kolbes… los Levis, que tasan tan bajo lo inmesurable, se enojan, preocupándose más por las alas de los que apenas gatean que por las propias, sin considerar, además, que no somos ángeles, sino humanos.

¡Gracias, ticas futbolistas, por su victoria y valor! Y ¡adelante!

Que, si esto produce un trago amargo a otros, pues que se tomen su licuado con paciencia y tolerancia.

Total, ellos mismos se lo preparan.