Hablando se entiende la gente

Para recuperar la capacidad de diálogo debemos preocuparnos por cambiar conductas

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Cuando revisamos algunos de los acontecimientos políticos más relevantes de la historia nacional, encontramos una especial coincidencia. En todos ellos se utilizó el diálogo para facilitar el acercamiento de diversos sectores, lo cual permitió el sano intercambio de ideas, pensamientos, objetivos y sentimientos de los tomadores de decisiones.

Lo anterior, potenciado por la claridad ideológica de los líderes políticos y gremiales de otros tiempos, permitían un intercambio de posiciones que nutría las ideas y el resultado final de los procesos, aunque estos fueran tensos.

Cuando tenemos los ingredientes apropiados, en la situación en que nos encontremos debatiendo (por ejemplo: respeto al interlocutor, tolerancia a la diversidad de opiniones, humildad al presentar puntos de vista y, sobre todo, consciencia por buscar objetivos de bien común), no tengo la menor duda de que el resultado de los procesos será más eficaz y con más gente apoyando su ejecución.

No obstante lo anterior, conviene preguntarse qué es lo que ha cambiado en Costa Rica para que perdiéramos la capacidad de diálogo; dónde dejamos la tolerancia y el respeto por el que opina o piensa distinto. ¿Acaso no buscamos todos un mejor futuro y mayor prosperidad para nuestra patria?

Factor principal. Por donde sea que analicemos la situación, podemos identificar la pérdida de nuestra capacidad de diálogo como el factor principal que genera esa ingobernabilidad, la imposibilidad de ejecutar proyectos políticos o de gobierno, falta de condiciones para impulsar una idea y separación o distanciamiento de los grupos políticos, gremiales y fuerzas sociales, entre otros.

La falta de diálogo de los sectores sociales ha entrabado al país; ha desestimulado a personas que tienen mucho que dar y ganas de servir; provoca que toda iniciativa, emprendimiento o simplemente ganas de mejorar procesos queden empantanados en discusiones estériles o presas de ocurrentes interpretaciones de la maraña jurídica que nos “ordena”.

En las últimas décadas (sí, por si algunos no se han dado cuenta, llevamos en este jueguito más de veinte años ya) diferentes sectores, ante su propia incapacidad de diálogo han recurrido, consciente o inconscientemente, a los medios de prensa para transmitir sus ideas a sus contrapartes; con esta costumbre, prolifera la controversia, se destruyen los canales del diálogo y, con ello, se eliminan las condiciones básicas para generar acuerdos.

Resultado de esta dinámica es la profunda frustración social al no ver resultados, un sentimiento de falta de orientación que produce desconfianza en la clase política y nos hace un país permeable para que fuerzas extremistas (sean de derecha o izquierda) vengan a empeorar las situaciones y a presentarse como “soluciones drásticas” a los problemas que enfrentamos.

Viraje. Para recuperar la capacidad de diálogo debemos, como sociedad, preocuparnos por cambiar algunas conductas. Entre ellas, desarrollar tolerancia a la opinión contraria, buscar objetivos realizables para tratar de ir alcanzando logros que nos permitan reconstruir la confianza que hemos destruido y así legitimar interlocutores válidos que posteriormente posibiliten llegar a grandes acuerdos nacionales.

El diálogo es uno de los recursos más valiosos que tenemos los seres humanos; no podemos privarnos de todo lo bueno que produce ejercitarlo con mucha constancia. Preocupándonos por recuperarlo en esta coyuntura en que parece que la clase política y gremial lo ha perdido en gran proporción, es una tarea ineludible y de gran trascendencia para generar las condiciones que permitan pensar en tomar grandes acuerdos que marquen un rumbo a este país en temas claves, como eliminar la pobreza extrema, mejorar la educación y la seguridad, generar empleo y emprendimientos, resolver la situación fiscal y la infraestructura, entre otras.

Todos los desafíos que tenemos por delante, que son muchísimos y se han agravado por la falta de diálogo, se simplificarían y enfrentarían con ánimo si sabemos que contamos con las condiciones para ponernos a trabajar en la solución y no dedicarnos a bombardear iniciativas de aquellos que no piensan como nosotros.

Tengamos hoy más presente que nunca el viejo y sabio adagio popular que dice: “Hablando se entiende la gente”.

El autor es abogado.