Gobierno y humanismo

Se dice que el rasgo más visible de una persona honrada suele ser una gran entrega a las obligaciones

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No hay un buen gobernante sin formación humanística. Las humanidades atienden tres dimensiones básicas de la existencia humana: espacio, tiempo y trascendencia.

El espacio brinda la capacidad de ver la parte por el todo y el todo en sus partes. Captar la totalidad en una sinopsis, en una visión intelectual, como apuntaba la Escuela de Atenas. No habría una profunda visión humanista sin visión amplia. La pequeñez de espíritu es su antítesis.

Otro hábito relevante de esta esfera es ver la grandeza escondida en las cosas pequeñas. Schelling hacía énfasis en que la ciencia ve una cosa en el mundo, mientras el humanista ve un mundo en una cosa.

En la dimensión del tiempo existen tres hábitos fundamentales: el histórico, la capacidad de comprender el significado del pasado; el filosófico, la facultad de captar la verdad en presente; y el lingüístico-artístico-técnico, la habilidad de organizar hacia el futuro la vida y la realidad en general de forma comprensible.

Con respecto a la trascendencia, en toda realidad humana existen dimensiones que suelen llamarse trascendentales. Al adquirir los hábitos del “espacio”, descubrimos y desarrollamos el sentido de la belleza; a través de los hábitos del “tiempo”, el sentido de la verdad; y a través de los hábitos de la “trascendencia”, el sentido de la bondad.

La persona humanista tiene un amor al saber y a la realidad. Esto genera su cultivo, pero su saber no se limita a la ciencia, la técnica o a la información. Estos son los primeros estratos del saber. La cultura está por encima de ellos. No consiste en poseer muchos conocimientos objetivos, sino en la posesión de hábitos. Uno de ellos es el conocimiento personal. Si conocerse a uno mismo es el propósito, las humanidades no solo deben ser un camino para lograr el autoconocimiento, sino también un poder interior para impulsar la acción personal a través de él.

Como decía el aforismo clásico, “el obrar sigue al ser”. Será buen gobernante aquel que posea un comportamiento ético que únicamente es posible cuando la persona tiene virtudes como la integridad, la prudencia y la justicia. Tarea que lleva gran esfuerzo. No basta con tener “buena voluntad” o “códigos éticos”. Hay que tener comportamientos adecuados.

Mediante la virtud nos hacemos plenamente humanos. Solo mediante la virtud somos capaces de adquirir el sentido común, sin el cual no podemos realizar ni comprender el bien común. La falta de educación en la virtud ha hecho que hoy aumente exponencialmente la corrupción.

La vida fácil no empuja al sacrificio. La esencia de la corrupción es utilizar lo público para beneficio privado. La corrupción le cuesta $220.000 millones anuales de pérdidas a América Latina y el Caribe, el equivalente al PIB de Perú o a las reservas internacionales de Alemania, según el último estudio de Transparencia Internacional.

El teólogo Juan Luis Lorda afirma que la honradez es la perfección moral de la persona humana. Se caracteriza externamente por una acusada entrega a los propios deberes. Internamente, por una exigente rectitud de conciencia. Es un tesoro para la humanidad porque expresa lo mejor del ser humano.

La calidad humana de una sociedad se define en gran parte por lo extendida que está esta virtud. “Cree el ladrón que todos son de su condición”, pero no es así. Hay muchos hombres y mujeres que son un estímulo moral para todos. Personas que se forjan en tiempos difíciles. Se dice que el rasgo más visible de una persona honrada suele ser una gran entrega a las obligaciones, especialmente al trabajo y la familia.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.