Globalización para todos

El mundo necesita incorporar a millones de personas y eso requiere de un proceso masivo

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LIMA – La desglobalización no está representada solamente por el brexit o el creciente proteccionismo estadounidense.

Es una actitud negativa contra la globalización promovida por diversos movimientos autónomos y antagónicos tales como el antiuniversalismo occidental en Eurasia, el antifederalismo en Europa Oriental, el neomarxismo tipo Piketty en Europa Occidental y el terrorismo del Estado Islámico (EI) en el Oriente Medio .

Avanza porque crece la percepción de que la economía globalizada genera desigualdades intolerables entre la gente, las clases sociales, las naciones y las civilizaciones. Para combatir la desigualdad se postula que los gobiernos recuperen sus derechos soberanos a restringir fronteras nacionales y así reducir el comercio transnacional.

Si bien la globalización ha producido desigualdades, no hay que olvidar que responde al noble ideal de lograr que los pueblos aprendan, a través del intercambio internacional y por encima de sus diferencias, a identificarse con la humanidad entera. Por eso vale la pena averiguar si la desigualdad es inherente a la interdependencia global o si responde a un privilegio que se puede compartir.

Pues es lo último. Lo que caracteriza los grandes logros y desigualdades –a medida que durante los últimos 70 años nos íbamos entrelazando a través de centenares de tratados de inversión y de libre comercio– es que unos pocos lograron identificar y mantener en registros consolidados sus activos sueltos y de escaso valor local para combinarlos en paquetes que generan un alto valor agregado en mercados globales y, luego, capturar ese valor en documentos fáciles de monetizar donde convenga.

Sin documentación organizada y estandarizada que permita comparar y seleccionar los ingredientes de combinaciones complejas, los alemanes no podrían juntar los insumos provenientes de diez países distintos y convertirlos en un lápiz, los suizos el centenar de piezas necesarias para ensamblar un reloj mecánico y los estadounidenses los miles de ingredientes que se deben vincular para construir Internet.

Estos mismos documentos permiten financiar las combinaciones cuando se otorgan como participaciones a cambio de inversiones, como prenda para garantizar un crédito o como credenciales para recibir servicios públicos como agua, energía y telecomunicaciones.

Ahora, en cuanto a la desigualdad: mi organización ha determinado que los activos de aproximadamente 5.000 millones de personas –de una población mundial de 7.300 millones– no se encuentran documentados de una forma tal que sus dueños puedan hacer combinaciones sofisticadas ni capturar la plusvalía que generarían.

Aquello no se debe a que los tratados internacionales, constituciones y leyes nacionales, que conforman el andamiaje de la globalización en cualquier país, discrimine entre unos y otros. En principio todos tenemos el derecho de combinar y crear valor. Pero, en la práctica, a ras del suelo –ya sea en Cajamarca, Perú o en Ulán Bator, Mongolia– a ninguno de los 5.000 millones les han remozado los registros y documentación con los que hacen sus tratos localmente para que ellos provean la información y contengan los instrumentos requeridos para operar globalmente y construir combinaciones de alto rendimiento.

La razón es que a la cadena legal y administrativa que conecta el andamiaje legal de la globalización y los registros que se manejan localmente les faltan varios eslabones. Dada la lentitud del proceso legislativo, crear uno por uno los eslabones legales que le falta a la cadena podría demorar cien o más años, considerando el tiempo que les tomó a los europeos, norteamericanos y japoneses hacerlo a través de los siglos XIX y XX, cuando la Revolución Industrial los obligó a operar en mercado expandidos.

Pero hoy existe un camino más rápido: concebir los eslabones que faltan, no como partes de una cadena legal sino como partes de una cadena que entrelaza conocimiento.

La idea es permitir que los documentos que tienen autoridad deóntica local, pero que todavía no han sido formateados para hacer combinaciones globales, sean descritos digitalmente de una manera que pueda ser entendible a escala global. Mi organización, el Instituto para la Libertad y la Democracia (ILD), sin apoyo de computadoras, aprendió a hacer estas cadenas y logró insertar a millones de personas en las economías.

Pero no basta, hoy el mundo necesita incorporar a miles de millones de personas y eso requiere de un proceso masivo y altamente automatizado. Por eso, hace más de un año –motivados y apoyados por la vanguardia de varios tecnólogos estadounidenses que están aplicando un software llamado blockchain para capturar valor e incorporarlo en una moneda digital conocida como bitcoin– estamos tratando de ver cómo capturamos en forma automática y masiva los valores locales y los encadenamos a través de eslabones informáticos a los acuerdos internacionales para que los no globlizados puedan aprovechar o defenderse de la globalización desde ya.

Recientemente hemos logrado dos cosas importantes que estamos divulgando y poniendo a prueba en Estados Unidos y Europa. Primero, hemos desarrollado una formula sencilla para identificar, recabar y juntar automáticamente en 21 tipologías todos los registros no globalizados que existen en cualquier país en una sola plataforma que es compatible con estándares globales.

Segundo, hemos comprimido en unos 34 indicadores binarios las preguntas que las computadoras deben hacer a los registros no globalizados para identificar cuales son los eslabones que les faltan y, si el Estado demora en proveerlos, incorporarlos en “contratos inteligentes” ( smart contracts ) que faciliten un entendimiento entre el mundo global y el local. Podría ser que el idioma que nos globalice no sea el inglés sino un lenguaje binario automatizado.

Hernando de Soto es presidente del Instituto para la Libertad y la Democracia y el autor de “El misterio del capital”. © Project Syndicate 1995–2016