Futbolistas y pianistas

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Recientemente oí un espectacular recital de diecisiete jóvenes pianistas en el Teatro Nacional (producto íntegro del Instituto Superior de Artes.) Oír un concierto de jóvenes pianistas puede resultar una experiencia de tantísimo peso emocional como le puede resultar, a un buen aficionado al fútbol, un partido de nuestra triunfante Selección con alguno de los grandes equipos que corren por el mundo. Por el significado de lo visto y oído, pongo juntos los dos temas de lo que testimonié el mismo día.

Fútbol y piano en serio. Ahora, Costa Rica está jugando fútbol en serio. Ahora, Costa Rica está tocando piano en serio. Hoy tenemos al eminente técnico colombiano Jorge Luis Pinto, ampliando la imaginación y la visión de los jugadores de nuestro fútbol. Hace veinte años vinieron a nuestro país, en busca de trabajo, dos notabilísimos pedagogos rusos con sendos títulos de doctorado en ejecución pianística: Alexander Skliutovsky, con su esposa, Tamara, y, de paso, se trajeron a la hermana de ella, Ludmila, igualmente formidable profesora de piano en Rusia.

Ese prodigioso trío transformó a nuestro país de ser tercermundista en la ejecución del piano a ser hoy un país de profesionalismo irrefutable. Hoy tenemos futbolistas y pianistas del Primer Mundo.

No he podido serenar mi exaltado ánimo después de lo que presencié por televisión viendo el equipo de Costa Rica jugar brillantemente contra Inglaterra. Y me viene después, en la tarde, el recital de nuestros jóvenes pianistas en el escenario del Teatro Nacional. Fútbol y piano. Dos ámbitos en los que, de no estar los jóvenes prodigiosamente bien orientados, inevitablemente se malograrían.

Haré una muy sintetizada panorámica, un breve comentario, del recital de los diecisiete jóvenes pianistas del martes. En suma, cada niño, o joven, supo transmitir ampliamente un profundo sentido de pertenencia, orientado sabiamente por los maestros rusos, de lo que significa la responsabilidad de posesionarse del escenario del Teatro Nacional.

La misión es una y la ocasión, única: apoderarse del “monstruo” que espera con la gran cola abierta, para seducir a un auditorio que está totalmente dispuesto a que lo deslumbren, si las cosas salen bien. O aturdido y frustrado, si las cosas salen mal.

Máxima calificación. Citaré a algunos pocos de los ejecutantes por razones de espacio, otorgándole, sin reservas, una calificación de diez a cada uno de los participantes. Todos lo merecen sin excepción. Es impresionante lo que puede lograrse con un ser humano, a pesar de su corta edad, en el piano o cualquier instrumento o disciplina. Trabajo, rigor y más trabajo.

María José y Felipe Castillo, hermanos gemelos de unos diez años, entraron al escenario con absoluta propiedad y cada cual asumió su rol. Iban a tocar el primer movimiento del Concierto N° 10 K.365 , en mi bemol, para dos pianos, de Mozart. Uno podría embobarse ante tal espectáculo, pero el enorme poder de las dos criaturas, y encima tocando a Mozart impecablemente, como si fueran dos ángeles, embotó cualquier sentido crítico. En todo caso, resultó una gran versión, pura, proporcionada, nítida y celestial del “divino” Mozart. Por cierto que Mozart fue el primer gran pianista de la historia (1756-1791).

Muy impresionado quedé con la versión del colombiano Giuseppe Gil de la Rapsodia española , de Franz Liszt, que demanda un enorme poderío técnico, soltura y plena conciencia de lo espectacular que resulta la pieza sin hacer bravatas o excesos.

Eficaz y en gran forma, la versión de la Polonesa en Opus 22, de Chopin, sin el andante spianato que la precede. Cortar el andante es un “tequio” de Luis Esteban Herrera.

La gran tarde pianística en el Nacional cerró con el joven de diecisiete años Daniel Eras y su feroz versión de la Rapsodia Húngara N° 6 de Liszt, célebre por sus tremendas y “ametrallantes” octavas. Eras se tragó la espectacular pieza con bravura y escalofriante intensidad.

Sigamos con el mismo ímpetu. Nuestro país está produciendo grandes futbolistas y grandes pianistas.