Foro: Mejor sola que mal acompañada

La consigna social es mantener a las mujeres circulando en el mercado deseante y asegurarles seguir siendo elegibles

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La soledad, más que un concepto, es una polémica y, como tal, se rodea de representaciones en las cuales muchas veces las palabras no son suficientes para dar cuenta de cómo está implicada en quienes somos y en los vaivenes del contacto con quienes no somos.

Vale decir que soledad no es lo mismo que abandono. La primera es una parte ineludible y constitutiva de cada persona, la segunda es desoladora, porque remite a la realidad de no revestir interés ni tener conexión afectiva con otras personas.

La soledad abarca todo nuestro ser, no corresponde a un espacio o tiempo, y aunque tampoco refiere exclusivamente a un género, las mujeres son quienes históricamente y por socialización han entronizado el mito de la soledad como un demonio asustador o como una avería que requiere inmediata reparación.

Si bien a lo largo de los años se han materializado cambios significativos en la estructura social, que han permitido a algunas mujeres cierto acceso al mundo económico, la agenda política y la academia, las relaciones afectivas continúan como pieza fundamental del sostén psíquico femenino.

Históricamente, la estructuración subjetiva femenina se caracteriza por el ser para otros, que involucra dificultades significativas para construir un proyecto personal que no priorice las necesidades y deseos ajenos.

Este mecanismo deja a las mujeres sin el apuntalamiento afectivo que ellas brindan a los suyos, además de una vivencia de soledad a pesar de tener vínculos con familiares y amigos, en ocasiones.

El miedo de las mujeres a la soledad, en cuanto que mujeres, se recicla a través de consignas («no deben estar solas», «quedarse solas», «vivir solas»), que fragilizan su bienestar emocional. Los antídotos contra la «enfermedad de la soledad» varían según el poder adquisitivo, pero comparten la consigna de mantener a las mujeres circulando en el mercado deseante y asegurarles seguir siendo elegibles.

La condición de inermidad que acompaña la categoría sola, desnaturaliza dicha condición humana, y obliga, así, a las mujeres a recurrir a toda serie de artilugios para no tener que vérselas con ella, bajo el riesgo de hacerse acompañar de síntomas de depresión y malestar emocional que extravían la historia personal de cada una.

La vivencia de la soledad en lugar del rechazo a sus contingencias contribuye a poblar nuestro mundo interior y a asegurarnos de no llenar soledades, desentramparse de los prejuicios, en especial los de género, por medio de la puesta en juego de un saber-hacer algo con la soledad y quedar fuera de la lógica dicotómica uno-o-lo-otro, es decir, escribir el propio modo de estar frente a la soledad.

Entonces, hay que decirlo sin rubor, mejor sola que mal acompañada.

cgolcher@gmail.com

La autora es psicóloga y psicoanalista.