Foro: Guti, economista y amigo

En lo académico, fue admirado por muchas generaciones de estudiantes, porque era un excelente maestro, con mayúscula

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Cuando asumió el cargo de ministro, en junio de 1996, Francisco de Paula Gutiérrez Gutiérrez trazó las líneas que no cruzaría durante el manejo de la Hacienda pública, y cumplió su promesa.

Lo anterior, a pesar de la broma sobre la cifra del déficit fiscal, a la que «se le había corrido la coma», porque en lugar de la meta del 0,45 % del producto interno bruto para ese año, negociada en el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional antes de él llegar a ocupar el puesto, el déficit cerró en un 4,5 %.

El resultado no fue tanto por lo que hizo o dejó de hacer durante el resto de ese año, pero logró que esa fuerte desviación no causara mayores incertidumbres en la población.

El enorme prestigio con el cual llegó al Ministerio, como reconocimiento de sus capacidades intelectuales, profesionales, académicas y personales, se mostraba en las conferencias de prensa iniciales, abarrotadas de periodistas, quienes lo veían con gran respeto, como a ninguna otra figura pública.

En los dos años de su gestión, en las votaciones de fin de año de este diario, fue elegido la mejor figura del gobierno. En una de esas ocasiones, estaba de vacaciones en Limón y leyó el titular con esa noticia en una venta de periódicos en la calle. Bromeando, le dijo al vendedor: «Me da toda la edición».

En ese período, día tras día, muy ufano, entraba en su despacho con el maletín que había usado su abuelo, quien también desempeñó el alto cargo. Formaba parte de un linaje que le ha dado personas ilustres a Costa Rica.

Fútbol y legado. Fuimos compañeros de andanzas profesionales y personales. Compañeros de equipos económicos, viajes, salidas a cenar y, hace algunos años, de fútbol en las mejengas de fin de semana, en Guayabos de Curridabat, seguidas de largas reuniones sociales con otros amigos, compañeros deportistas y nuestras esposas.

En ellas reponíamos nuestras energías y arreglábamos el mundo. Serán reuniones inolvidables, en buena parte por sus finos cuentos y chistes y su brillantez. De vez en cuando, también, nos sentábamos frente a mi pizarra —como él la bautizó— a discutir sobre economía.

Hace unas semanas, al regreso de mi segunda estadía de varios años en el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), en Colombia, adonde él me llevó la primera vez, me expresó que teníamos que volver a la pizarra para discutir lo que estaba pasando. No dio tiempo.

En su paso por la presidencia del Banco Central, del 2003 al 2010, dejó aportes muy significativos. Como lo hizo en Hacienda, con el plan para reducir la deuda pública de 1996-1997, estudió nuestro sistema monetario muy a fondo y fomentó la discusión pública de la reforma, e inició los cambios y la transición a las actuales metas de inflación.

Atrás quedaron las minidevaluaciones imperantes durante varias décadas y se introdujo una necesaria mayor flexibilidad en el tipo de cambio, a través de la banda cambiaria, y un mejor mercado cambiario; modificaciones que sentaron las bases fundamentales para conseguir las bajas tasas de inflación que tanto nos han beneficiado como país en los últimos años.

Su enorme credibilidad posibilitó los cambios monetarios y cambiarios sin mayores contratiempos; y no podían faltar las bromas. Cuando la inflación iba a la baja, en buena parte gracias a su trabajo, le gustaba hacer cálculos con distintos componentes del índice de precios. Le llamaban la atención las estimaciones en las cuales quitaba los precios de los artículos que más habían subido y reía cuando, para molestarlo, le comentábamos que si seguía así iba llegar a una fuerte deflación.

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Maestro. No era de los que serruchaban pisos. Todo lo contrario. Cuando dejó la presidencia del Banco Central y yo entré, inventó una conferencia de prensa, y entre las risas de los periodistas, me entregó una bolsa transparente, con aserrín, clavos y tornillos, porque sabía lo que me esperaba.

En lo académico, fue admirado por muchas generaciones de estudiantes, porque era un excelente maestro, con mayúscula. Como esposo, padre, abuelo, suegro, hijo y hermano, fue ejemplar, también con mayúscula.

Presumía que su adorada esposa, Patricia, y él tenían casi medio siglo de casados, pero de «ejercer» eran más, si se contaban los varios años de noviazgo.

Su legado es vasto. Menciono solo algunas de las muchas contribuciones que nos lega y que le confieren ser calificado como uno de los economistas más influyentes de nuestro país y la región, por su contribución a la estabilidad y progreso económicos por medio de la transformación, el diseño, la negociación y la ejecución de la política económica.

También, por sus enseñanzas en las aulas, por sus escritos y seminarios, charlas y presentaciones que ilustraron a empresarios, trabajadores, profesionales de diversas especializaciones y al público en general sobre el comportamiento de las economías, sus problemas y soluciones.

rabolanosz@gmail.com

El autor es economista.