Foro: Franco

A los 81 años, sigue trabajando y ha experimentado, como no pocos, el problema económico.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Lo conocí gracias a mi madre, mujer que sabía cuidar los detalles. Un hombre dedicado a una insigne profesión: sastre.

Profesional que observa a sus clientes, los conoce, los espera, conversa con ellos, sugiere estilos, tonos y texturas, guarda sus medidas y les ofrece una pieza “hecha a la medida”.

Franco nació hacia 1938, en Morano Cálabro, perteneciente a la región de Calabria, Italia. Con tan solo 14 años, aprendió de su tío el arte de cortar y puntear la tela. Aún conserva las primeras tijeras que le abrieron su itinerario como sastre y luego emprendedor.

Experimentó la posguerra a los 7 años. Su madre le contaba cómo sus amigas entregaban los anillos de matrimonio a cambio de bollos de pan. Un tiempo de privaciones y sufrimiento, me comentaba. Llegó a Costa Rica con 20 años y, entre idas y venidas, decidió establecerse en nuestro país. Se casó y fundó una familia. Cortó el primer traje de Francisco J. Orlich. Conversó con él.

A sus 81 años, sigue trabajando, ahora en su casa. Tuvo que dejar el habitual establecimiento, que muchos conocimos durante décadas. Ha experimentado, como no pocos, una economía que pierde vitalidad, una economía incierta. Conversamos mientras me entregaba un pantalón que le había encargado. “Las cosas se están haciendo mal”. “Debemos levantar la voz”.

Hablamos sobre la situación del país, un país que conoció y que parece no reconocer. Comprendí cómo un inmigrante puede hacer suya una tierra extranjera, cuando la aprende, cuando la trabaja, cuando la aprecia.

Franco me hizo reflexionar sobre una palabra italiana: aggiornare. Significa renovación, “puesta al día”. Las personas y las sociedades necesitamos renovarnos. Necesitamos una renovación que pasa por la apertura al cambio porque el cambio es una constante.

Una reactualización, un crecimiento hacia el reencuentro con nuestra identidad. Existen realidades que son siempre actuales, siempre originales. No todo cambio significa progreso, algunos cambios podrían generar retrocesos, incluso históricos.

Aggiornamento evoca compromiso, un compromiso y reencuentro con lo permanente. Ese compromiso que encarna Franco, en un trabajo bien hecho, con un ideal. Todo hombre, mujer, profesional o institución serán mejores cuanto más fielmente abracen su misión y no pierdan su cariz.

El progreso depende del trabajo realizado profesionalmente y que este contribuya a una sociedad más humana y más justa. El trabajo aggiorna, el amor también. Nos ayudará a tener un espíritu que no envejece, una visión que no se atrofia.

Me despedí de él con deseos de regresar. Agradecí su acostumbrada franca y sincera sonrisa. Pero esta vez percibí un brillo en sus ojos, una mirada en busca de esperanza, una esperanza que no puede ser defraudada.

Para tiempos nuevos, relevos nuevos, ojalá con memoria histórica y sentido trascendente. Repasando su semblante pensé: ¿Cuál será el secreto de la eterna juventud? Quizás, trabajar y vivir enamorados. Lo demás importa poco.

hf@eecr.net

La autora es administradora de empresas.