Foro: Embellecer la plazoleta Juan Mora Fernández

Los alrededores del Teatro Nacional exhiben plantas muertas y mangueras expuestas

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Se aproxima el bicentenario de la independencia. Qué mejor regalo para la ciudadanía que una plaza remozada, con espacios urbanos de óptima calidad, pensados para el disfrute, con áreas verdes concordantes con tan magnifico entorno.

Cuando el Teatro Nacional fue inaugurado en 1897, la esquina ocupada actualmente por la plazoleta Juan Mora Fernández albergaba una vieja casona solariega con patio central, que había funcionado como centro de enseñanza; como casa de habitación donde vivieron, entre otros, los primeros Herrero en llegar al país, procedentes de España; y, en los últimos años, como aduana central.

La construcción de la nueva aduana en las cercanías de la estación del Atlántico liberó ese espacio para dar un respiro a la hermosa fachada del Teatro, puesto que en el San José de finales del siglo XIX las estrechas calles de la ciudad impedían apreciarla.

Como al demolerse la antigua casona el espacio carecía de frontispicios agradables, se decidió construir un edificio en forma de L con un hermoso frente neoclásico, con arcadas de medio punto y pilastras adosadas de estilo jónico. El edificio tenía también pequeños locales que se abrían al pasillo cubierto. Esta ingeniosa solución posibilitaba circular bajo techo desde la avenida —que conocemos hoy como avenida segunda— hasta la boletería del Teatro, ubicada enfrente del extremo este de la arcada, rodeando la plazoleta por los costados oeste y norte.

En el nuevo espacio urbano, de un cuarto de manzana, la espléndida fachada del Teatro Nacional se lucía, pero, además, resultó un digno marco para el frente más austero, pero no menos agradable, de la vieja Universidad de Santo Tomás, ubicada en el lado sur de la plaza.

La nueva plazoleta vino a estar rodeada por sus cuatro costados de bellos frentes de corte clásico, que definitivamente modernizaron el ambiente más bien colonial que aún se respiraba en nuestra incipiente capital.

Colocación de la estatua. El espacio central resultante se mantuvo originalmente como área verde, atravesada únicamente por caminos centrales que formaban una cruz. Se rodeó de sólidos pilares pétreos rectangulares, coronados por urnas de corte clásico, y entre pilar y pilar se colocaron cadenas, y quedaron accesos centrales en los costados sur, enfrente de la vieja universidad, y este, frente al nuevo Teatro.

Así, se mantuvo la plaza más o menos durante dos décadas, hasta que en 1921 fue inaugurado en el medio la estatua de Juan Mora Fernández, para celebrar el primer centenario de vida independiente.

Unos pocos años antes fue construido el Pasaje Central, también conocido como Pasaje Dent, por el apellido de sus propietarios, que unía el vértice de la arcada con la calle 1, por medio de una galería acristalada de corte parisiense, con locales a ambos lados y una hermosa fachada en el costado oeste de la manzana, obra del salvadoreño Daniel Domínguez Párraga.

Fue así como la otrora aldeana y colonial ciudad de San José decidió abrirse a la cultura más europea, creando espacios abiertos de gran belleza, rodeados por espléndidas fachadas, y honrando a Mora Fernández, primer jefe de Estado de Costa Rica.

Con el paso de los años la plazoleta se fue transformando. Desaparecieron los pilares, las urnas y las cadenas. El costado norte de las arcadas fue demolido a principios de los 30 para dar paso al Gran Hotel Costa Rica. En los años 50 la estatua de Mora Fernández fue rodeada con una fuente con huellas circulares de concreto sobre el espejo de agua.

La ampliación de la avenida segunda en los 50 se llevó en banda el vetusto edificio de la antigua universidad, que después del cierre albergó el Registro Público y el Archivo Nacional. En su lugar se construyó el edificio del Banco Anglo Costarricense, hoy ocupado por el Ministerio de Hacienda.

Decadencia. A fines de los años 70, al norte del Teatro fue construida la plaza de la Cultura, se cerró al tráfico la calle 3, que separaba el Teatro de la plazoleta, y el espacio circundante al Teatro y al Gran Hotel quedó para los peatones. También, se tomó la desacertada decisión de arrinconar la estatua de Mora Fernández hacia el suroeste y se giró diagonalmente, con lo cual perdió preponderancia en la plazoleta. El espacio de la plaza se adoquinó y dejaron únicamente unas macetas cúbicas de concreto como elementos verdes, por lo que se transformó en una zona árida y caliente, con pocos espacios para sentarse y disfrutar la bella fachada.

En remodelaciones posteriores se colocó una incomodísima banca de tubos gigantes en forma de serpentina, se construyó una fuente en forma de flor de loto enfrente de la entrada del Teatro, que al poco tiempo dejó de funcionar y se mantuvo ruinosa y sucia por largos años, hasta que, en la última reforma, fue eliminada para dar paso al diseño actual, hace pocos años, cuando se remodeló el Gran Hotel y se alteró la escala y materiales de su último piso.

Su diseño «orgánico» basado en curvas y contracurvas con montículos cubiertos de vegetación resultó poco apropiado para un espacio urbano, pues desterró al ciudadano de la plazoleta. Su apresurada ejecución no resultó duradera, por lo que las plantas se secaron, el sistema de riego emergió del suelo y, aparentemente, dejó de funcionar.

Es así como tenemos hoy una plazoleta poco hospitalaria con el ciudadano, sin ninguna banca donde descansar o contemplar la arquitectura del Teatro. Los montículos son terrones resquebrajados con plantas muertas y mangueras expuestas, y la estatua de Mora sigue arrinconada y escondida en el follaje de los árboles sobrevivientes.

El autor es director del Centro de Patrimonio Cultural.