Foro: El país perdió la perspectiva

En lugar de gobernantes, necesitamos estadistas; en lugar de políticos, dirigentes desprovistos de interés gremial o personal

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Caminando por el desierto de Nazca, en Perú, rodeado de un paisaje infinito de arena y piedra, es fácil perder el rumbo. Pero al ascender tan alto como se pueda, uno descubre no solo la salida hacia poblados cercanos, sino también un conjunto monumental de geoglifos, conocidos como las líneas de Nazca.

En nuestro país transitamos por un terreno agreste, con el rumbo extraviado sin siquiera enterarnos y creyendo normal lo que vemos en la inmediatez. En muchos aspectos, perdimos la perspectiva.

Caminar por las calles de nuestras principales ciudades es deambular entre basura (principalmente los lunes en la mañana), y parece que una parte de la ciudadanía se acostumbró a ello.

Igual sucede con la contaminación sónica y visual. El desorden salta a la vista, pero pocos se inmutan. Entre tiendas, carnicerías, vendedores, cantantes o predicadores, existe una competencia y cada quien conecta un parlante para transmitir su mensaje, por válido que sea, sin que nadie controle los decibeles, el derecho de los transeúntes o la salud de los propios trabajadores.

Proliferan letreros y vallas cada vez más grandes, por aceras y calles, ausentes de criterio paisajístico, un atentado contra la belleza escénica de edificios emblemáticos o la vista privilegiada hacia las montañas que nos rodean.

Anormalidad. Las carreteras son una riesgosa invitación a la desconcentración de los conductores. Nada de lo anterior es normal; y es evidente cuando se tiene la oportunidad de transitar ciudades en otros países, aún más si son desarrollados, que es el patrón al cual debemos aspirar.

En casi tres décadas de trabajar en el centro de San José, es notable la multiplicación de personas que deambulan por las calles, delinquiendo para sobrevivir y consumir drogas a pleno día. Lo más preocupante, cada vez son más los jóvenes.

Habituados a verlo como algo cotidiano, ese drama humano parece no importar a nadie, pues, lejos de originar discusiones para encontrarle remedio, más bien aumenta.

No menos notable es la indiferencia con que algunos reciben las noticias sobre asesinatos por asalto, encargo o entre bandas, a cualquier hora y lugar.

Desde el 2015 nuestras tasas superan los 10 homicidios por cada 100.000 habitantes y, lo peor, crece el número (en el 2020 fue 11,2), lo que, según parámetros de violencia social de la Organización Mundial de la Salud, son niveles de epidemia.

Preocupación especial merecen los feminicidios, que solo en el 2020 fueron 19, pero, además, 3.316 mujeres solicitaron algún tipo de protección cautelar.

No parece el país más feliz del mundo ni el lugar ideal para jubilarse, principalmente si las interesadas son mujeres. En las redes sociales e incluso en ciertos medios de comunicación, estos hechos alimentan el morbo en vez de contribuir a una reflexión profunda que desemboque en soluciones.

Cambio necesario. La lista excedería el espacio de este artículo. La triste realidad es la contaminación de ríos y mares, contra lo cual muy pocos alzan la voz, mientras nos promocionamos como el país ecológico por antonomasia. Tampoco contra el deplorable nivel educativo de los estudiantes de escuelas y colegios, que arrastran graves carencias, y así llegan hasta la educación superior y a sus futuras responsabilidades profesionales.

La retina parece habituarse al mal estado de las calles o al desmejoramiento de la mayoría de los servicios públicos (desde antes de la pandemia), o a los altos niveles de evasión fiscal o la explotación laboral, principalmente en cantones agrícolas.

¿A quién corresponde subir la colina para ver en perspectiva la cercanía del abismo o la ruta de salida? En lugar de gobernantes, requerimos estadistas en el Gobierno Central y las alcaldías.

En lugar de políticos, necesitamos dirigentes desprovistos de interés gremial o personal, que sacrifiquen su horizonte electoral, no evadan ni posterguen las cruciales decisiones, por impopulares que parezcan a corto plazo.

Dos preguntas caen por su peso: ¿Tendremos candidatos con ese perfil para las próximas elecciones nacionales y municipales? Y si los hubiera, ¿tendremos los electores la sapiencia de elegirlos, haciendo a un lado las opciones demagógicas y populistas que ofrecen ilusiones y promesas fáciles?

vchacon.cr@gmail.com

El autor es economista