Foro: El negocio más grande que se pudo inventar

Se nos indujo a creer que existimos en función de la cantidad de seguidores en las redes sociales

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Siempre espero con ansias la columna de Fernando Durán Ayanegui, con la certeza de pasar un buen rato de lectura amena, irónica e inteligentemente perspicaz.

En la del 7 de febrero, titulada «Almas en riesgo», narra un episodio que le ocurrió en Nairobi, relacionado con el temor en algunos nativos, religiosamente infundido, de perder parte del alma si su imagen es captada o capturada en una fotografía o en una pintura o cosa similar.

Me llamó mucho la atención porque, como sabrán, la misma creencia está profundamente arraigada en los descendientes de los mayas, en el norte de Centroamérica. Para tomar fotos de gentes en el campo o en un mercado rural de Guatemala, es necesario pedir permiso, so riesgo de ser insultado o, mucho peor, como les pasó a unos turistas japoneses en Todos Santos Cuchumatán, en abril del 2000.

Fueron agredidos por una turba en el mercado por miedo de que se tratara de robaniños o robaalmas. Uno de los turistas murió en el ataque.

Don Fernando relaciona luego esta creencia con la manía de la gente de nuestros tiempos de selfiarsepor cada tontera que hacen para ser publicada con el fin de conseguir la mayor cantidad de likes posibles.

Pienso y puedo entender, y me parece que así es en algunos casos, que existe algún beneficio monetario, pero también pienso y sé que los millones de ganancias las obtienen las megacorporaciones de búsqueda, de operadores de las redes sociales, de suplidores de Internet a expensas de haber creado la adicción en cierta gente de estar pegada todo el día a aparatos de alta tecnología, que parecieran no son más que doñas Vinas del siglo XXI.

Otro tipo de adicción. Pienso, y me parece, y solo me parece, ya que esta es solo mi opinión, que la adicción a la conexión no difiere de las demás drogas. Una vez que se es adicto, no es posible escapar ni dejar de comprar la droga. No se puede dejar.

Dios guarde el teléfono se quede sin carga o sin datos. La consciencia de la existencia de un individuo adicto a la droga tecnológica de las redes sociales o la creencia del supuesto conocimiento inmediato de todo, sin esfuerzo, sin lectura, sin paciencia ni dedicación rigurosa al saber, que la idea de la falacia de la popularidad gratis o la creencia del acceso a conocimientos vedados solo para los iniciados en las teorías de conspiración, es el negocio más grande que se pudo inventar para convertir una supertecnología, que de otra forma debería ser increíblemente útil a la humanidad, en la más grande y trivial forma de sacar dinero a las masas.

Deduzco que no estamos lejos de ser como los kenianos o los descendientes de los mayas. Se nos indujo a creer que existimos en función de la cantidad de seguidores en las redes tecnológicas o que nuestra existencia vale en la medida que publiquemos trivialidades.

Pienso y creo que la existencia tecnológica del individuo del siglo XXI se basa en adictivas creencias absurdas, solo que, en este caso, no son difundidas por sukias o chamanes, sino por los llamados influencers o por personas que difunden teorías de mundos planos o huecos, que Trump es el bueno y Biden come chiquitos, que las vacunas son malas, que el presidente Alvarado quiere dominarnos y hacernos cuanto quiera manipulando en secreto datos que de por sí ya son de dominio público.

Buen provecho le sacarán a esta droga, en año electoral, la gran cantidad de precandidatos que por más que pienso no entiendo por qué quieren ser presidentes o diputados para que les mienten la mamá a cada rato y los acusen de lo que sea y tengan salario reducido (o por lo menos eso dicen).

Porque pienso y con toda certeza no puedo creer que estén motivados por una auténtica, genuina, sincera y profundamente arraigada convicción de servir al pueblo, al estilo de la madre Teresa, o por un deseo real de entregarse desinteresadamente a la causa de los más pobres o de los más necesitados.

Pienso, y es mi opinión y nada más que eso, que esas motivaciones ni los mismos políticos se las creen.

Desconectado. Pienso y deduzco que dentro de todo este contexto, yo no existo. No sé realmente cómo funciona una red social, no sé realmente para qué sirve y, de verdad, en el fondo, aunque esto me haga parecer ante los demás como un ignorante tecnológico debo decir que no sé ni siquiera cómo se enciende un teléfono de esos que llaman inteligentes ni uso redes sociales ni tengo seguidores ni quiero tenerlos.

A lo Mocedades, «a mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para estar conmigo me bastan mis pensamientos».

Pienso y creo que, a pesar de eso, la inteligencia no es encender un chunche y creer en todo lo que salga en la pantalla. Inteligentes son los que inventaron esa tecnología, inteligentes son los que obtienen millones a expensas de todos los que usan las redes y no tienen idea de cómo funciona un microchip o cómo se fabrica un celular.

Por eso digo: pienso, luego, no existo.

rprotti@geotestcr.com

El autor es geólogo.