Foro: El mejor profesor que he tenido

Mr. Brockett me decía que si no estaba comprometido con el japonés, no lo esperara para la siguiente lección.

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Nunca he sido profesor. En lo que a enseñar se refiere, sé tanto como una lombriz sobre volar. Sin embargo, la mayor parte de mi vida he sido estudiante; algo sé sobre aprender.

He recibido cursos en cuatro universidades diferentes, dentro y fuera del país. He tenido múltiples profesores; a algunos los recuerdo con nostalgia y a otros preferiría olvidarlos.

Esta semana terminé la última materia del último cuatrimestre de la carrera y recordé con cariño a un profesor excepcional.

Puedo decir, sin mideo a equivocarme, que ha sido el mejor que he tenido. Era (o todavía es) profesor de Inglés en el Tachibana Kokou, un colegio en Kioto, que me recibió durante el año que participé en un intercambio cultural en Japón.

No era japonés, sino inglés. Aunque a mí no me enseñaba inglés, sino japonés. Su nombre es Gary Brockett, aunque todos mis compañeros le decían Buroketto senséi.

No hicieron falta dos clases con Mr. Brockett para darme cuenta de que era un profesor extremadamente exigente.

Recuerdo que no solo tenía que hacer una ingente cantidad de tareas todas las semanas, sino que las respuestas tenía que aprenderlas de memoria.

Si un día fallaba al dar las respuestas, Mr. Brockett no dudaba en mirarme con una mezcla de enojo y desaprobación y luego me decía que si no estaba comprometido con el japonés, no lo esperara para la siguiente lección.

El valor del sacrificio. Como aprender ese idioma era esencial para mi supervivencia en el país, acepté las exigencia sin chistar y empecé a dedicar al estudio del japonés unas 5 o 6 horas diarias.

Poco a poco, noté cambios: mi concentración mejoró sustancialmente (fui un niño con déficit de atención e hiperactividad), entendía las conversaciones y pude comunicarme en el idioma.

Al cabo de seis meses, pude mantener una charla sencilla y, finalizando el intercambio, me sentía como pez en el agua (o lombriz en la tierra).

Hubo muchos momentos durante el intercambio en los cuales sentí que las exigencias de Mr. Brockett eran desorbitadas, que no iba a poder cumplirlas. Sin embargo, lo hice; llegué más allá de lo que yo creí.

Así, me di cuenta de que el exigir a un estudiante más de lo que él cree posible es una cualidad fundamental que debe tener todo profesor.

Una cualidad que, lastimosamente, poco he encontrado en las aulas universitarias de este país. Quizá (y de verdad espero que así sea), esta experiencia sea algo propio de la universidad y de la carrera que he elegido estudiar, en la cual la tónica de las clases está marcada por la alcahuetería de los profesores y la pereza de los estudiantes.

Métodos “artesanales”. Sospecho que muchos centros de enseñanza están adoptado nuevas metodologías pedagógicas (“artesanales”, como las llama un amigo) y consideran las exigencias y la disciplina contraproducentes para el proceso educativo.

Pero, por experiencia propia, sé decir que aquellos profesores que recuerdo con cariño han sido los más estrictos y quienes más me han exigido, aunque durante el curso llegara a maldecirlos (para mis adentros, por supuesto).

Y aunque Mr. Brockett era un tanto autoritario, lo rememoro hoy con nostalgia, algo que nunca pasará con los profesores más “pura vida”.

julianpelaez@protonmail.com

El autor es estudiante.