Foro: Dieciocho años y trece días

Ahora entiendo a cada madre que afronta el dolor de ver partir a un hijo antes de lo que llamamos tiempo.

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El domingo 20 de octubre fui a Tabacón junto con un grupo de amigos a sembrar 40 árboles en la reserva que ahora lleva el nombre de mi hija Sigal. Los pájaros y las chicharras, que se supone no deberían estar en esta época del año, cantaban y sonaban en lo más profundo de mi ser y en los alrededores.

Para algunos, la chicharra es símbolo de esperanza, pues da la certeza de que después de los tiempos oscuros, sobrevendrán los renaceres e ilusiones.

Fue una fiesta para celebrar la vida de una joven que vivió 18 años y 13 días como si hubiera estado en la tierra 120 años. Para ella, el día no alcanzaba, aprovechada cada segundo, como si supiera que luchaba contra el reloj.

Los 40 árboles sembrados son también el aporte de Sigal contra el cambio climático, ellos absorberán algo del mucho dióxido de carbono que lanzamos a la atmósfera. Ella habría querido ser parte de esta lucha que afronta la humanidad.

Pequeña guerrera. Es difícil para una madre decirle adiós a un hijo, especialmente cuando tiene las cualidades de Sigal, mi pequeña guerrera, risueña y amorosa, tierna y juguetona, quien todo lo sabía. Era como andar con una computadora portátil a la par.

Siempre me decía: “Mami, yo voy a trabajar para llevarla a Tabacón”. No le dio tiempo, pero una mujer en Estados Unidos se conectó tanto con ella que un día me llamaron a Costa Rica y me dijeron que esa persona, a quien nunca conocí ni vi, nos donaba un terreno en Tabacón para convertirlo en un reserva que debía llevar el nombre de mi hija. ¿Cómo supo que entre Tabacón, mi hija y yo había una conexión? No lo sé.

Le agradezco a esa mujer porque debajo de los árboles, que llegarán a medir hasta 30 metros, se sentarán otras madres con el corazón herido, como estoy yo por perder a mi hija más pequeña.

En las copas de esos árboles, en un futuro cercano, anidarán cientos de aves y hallarán sombra otros animales que serán acariciados por Sigal porque ella sigue viva, sigue entre nosotros.

Una hija no se olvida. Sus amigos la extrañan y la lloran, la casa la añora, los perros la esperan. Han sido dos meses muy difíciles, ahora entiendo a cada madre, a cada padre que afronta el dolor de ver partir a un hijo antes de lo que llamamos tiempo. Lo sentimos dentro del alma, en la brisa que nos acaricia, en el viento que nos abraza.

Ser de las alturas. La única manera de encontrar algo de consuelo es rindiendo homenaje a ese ser que vivía en las alturas porque Sigal permanecía literalmente en lo alto. Tanto que se dedicaba a los ejercicios con telas, uno de sus grandes placeres junto con el estudio, el trabajo y el ayudar a la gente. Soñaba con ser actriz y cantante, su voz era como la de un pájaro libre, libre como la naturaleza, y mientras estuvo en el hospital grabó un disco.

Divulgando lo que Sigal nos enseñó, le retribuiremos un poco lo que recibimos de ella, dándole consecución a lo que ella amaba, que al final es bueno para todos.

einat.haratz@gmail.com

La autora es empresaria y pintora.