Foro: Carta de un veinteañero al votante futuro

Politólogos, economistas, abogados y otros más añoran un tiempo pasado e inexistente

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Seis días bastaron para que se desatara el caos —extrañamente inesperado— dentro del Capitolio estadounidense. Un golpe fortísimo a la autoproclamada «democracia ejemplar de América», impulsada por ideas plagadas de información falsa y populismo nacionalista; un paradigma fortaleciendo a lo largo de los años dentro del sector conservador de la población.

Este auge, aunque inadvertido por muchos de nosotros, culmina un mandato con lo que varios denominan un intento de coup d’État, que no es más que una alerta para los amantes de la paz; una alarma indicadora de que este grupo desinformado tiene más poder del que imaginan y está dispuesto a utilizarlo.

Nuestra pequeña nación no se ha visto exenta de esta forma de pensar; au contraire, las elecciones anteriores fueron el primer llamado de atención realizado por estos grupos.

División. El sector conservador se encuentra dividido en dos: esta nueva cepa del conservadurismo por un lado y los tres rocos de siempre, por el otro.

Ellos, aunados al grupo progresista, componen el panorama electoral venidero, lo cual presenta un debate para el votante, quien, en su búsqueda del bienestar del país tiene en sus manos la elección de la nueva cabeza del Estado. ¿Por quiénes decantarse en la próxima elección?

También está la cepa desinformada, creyente en conspiraciones y teñida de odio enmascarado de pudor, cuya postura y agresividad intrínseca podría generar un caos similar al que vivió Estados Unidos recientemente.

Si uno descartara esta opción, la decisión que pronto tendremos que tomar se reduce al clásico bipartidismo costarricense: sector progresista versus el sector conservador.

El primero se caracteriza por estar empapado de temas sociales y por procurar tratarlos tan pronto como le sea posible. Esto, claro está, es justo y necesario para el país y debe mantenerse dentro de las prioridades de la agenda política.

El problema de este sector es que solo tiene un manejo adecuado de esa temática y desconoce, o no está lo suficientemente capacitado, para tratar las cuestiones económicas que nos aquejan, como quedó demostrado recientemente.

En vista de ello, usted, como votante, podría descartarlos parcialmente a sabiendas del hoyo donde se encuentra sumida la economía costarricense. Empero, deberá considerar también al otro sector candidato: el conservadurismo clásico.

La fracción conservadora parece tener suficiente preparación para manejar este barco en las aguas torrentosas que navegamos.

Su postura liberal, así como la búsqueda del cambio estructural en el empleo público, consigue que cualquiera con conocimientos sobre economía se sienta identificado. ¿Cuál es, entonces, el problema con ellos? Que es lo único que los identifica con el pueblo.

Demodé. Los ya conocidos tres rocos se han alienado tanto de la sociedad en la que viven que bien se confunden con individuos de otra región (culturalmente hablando). Y, con ello, no me refiero a que estos son más cultos que la persona promedio.

Estoy hablando de politólogos, economistas, abogados y demás que añoran un tiempo pasado e inexistente; y que desean gobernar para esa Costa Rica de su amada belle époque a la tica; aislados totalmente de lo que necesita la nación.

La encrucijada en la que nos encontramos tanto usted como yo es una pregunta sin respuesta definitiva, un problema cuya solución se halla en una coalición utópica, la alianza entre el progreso social y la cura económica. Pero, en vista de la poca probabilidad de que esto suceda, no puedo hacer más que decirle: «No sé por quién votar».

¿Para qué escribo, entonces? Una parte de mí escribe con el anhelo de inspirar a algún candidato a mejorar sus planes futuros.

Nadie espera un magnánimo de concepción aristotélica, pero sí un costarricense preparado para hacer bien las cosas. Sí, una parte de mí aún sueña con que las elecciones del 2022 sean diferentes a las anteriores.

La otra parte, tal vez menos inocente, escribe como ciudadano consternado ante lo que se nos presenta. Esa otra parte escribe porque sus sueños fueron acribillados por politiquería barata e individuos poco preparados que se encargan, todos los días, de dar la cara por el país. Esa parte escribe para desahogar las penas de un votante futuro.

saul.sa2704@gmail.com

El autor es estudiante de Economía.