Formación y educación estética necesarias

El filósofo francés Alain Finkielkraut define la vulgaridad como la ausencia de maneras

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Desde el origen de Occidente, se entiende que los tres grandes valores sobre los que la civilización fue construida son la verdad, el bien y la belleza. Cuando falta alguno, sobreviene la decadencia.

Quisiera detenerme en el tercero, la belleza, por su fuerza cohesiva en la sociedad y la cultura. Promueve la armonía, tanto en las personas como en las cosas. Empezamos a perdernos como seres humanos cuando descuidamos las formas, las maneras, las actitudes y las cosas que nos rodean.

El filósofo francés Alain Finkielkraut define la vulgaridad como la “ausencia de maneras”. Piensa que el valor de una sociedad se mide por su ideal de excelencia, y que la excelencia no es conformismo.

El orden cívico se fundamenta en una ética y una estética del comportamiento. Son como dos caras de una misma moneda. La epimeleia, para los griegos, era una virtud cívica, que conduce al cuidado de lo que es común, sea material o personal. Un cuidado en las formas, que se rompe cuando descuidamos virtudes sociales como la cortesía y la educación.

El respeto, la gratitud, la solidaridad, la tolerancia, las relaciones humanas y la convivencia social y política exigen urbanidad.

Cuando una sociedad descuida el sentido estético, las personas resultan afectadas. Por algo la filosofía griega definía la belleza como el orden de las cosas, aludiendo a un orden interior y exterior.

Cuando se descuida la belleza, no sorprende una caída en la calidad de la educación y las costumbres. Los procesos educativos están estrechamente vinculados a los procesos sociales.

Muchos de nosotros observamos cuánto ha disminuido la estética en nuestra ciudad capital, en nuestras comunidades o barrios. El grafiti en los espacios urbanos refleja un desajuste social.

Estudios revelan que las sociedades que descuidan el aspecto estético empiezan a tener problemas de corrupción. Estos espacios públicos pueden volverse violentos e inseguros. En ellos, las personas no pueden crecer ni desarrollarse. Ni siquiera dormir.

Decía Nietzsche: “Todo lo feo debilita y deprime al hombre, le sugiere la decadencia, el peligro, la impotencia”. Por tanto, el entorno influye.

Cuando decae la belleza, son posibles derrumbes más profundos. El individualismo y utilitarismo suelen reflejarlo, pues no favorecen la solidaridad y, por el contrario, debilitan nuestras sociedades.

El desmedro del sentido de la verdad lo vemos en el relativismo que produce tanta desorientación. Se dice que las grandes obras llevan la firma de lo auténtico, albergan el asombro (pathos) y el bien de una verdad.

Estamos hechos para la verdad, el bien y la belleza. La auténtica belleza está dentro de nosotros. Nos entrega asombro y gratitud. Ojalá seamos portadores de esa gran sabiduría. Quizás el más bello arte sea amar y, por ende, el arte de educar, recordando siempre que las palabras se pronuncian con actos.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.