Figueres, Lula y las palabras gastadas

Términos como holocausto y genocidio se usan con una simplicidad asombrosa sin reparar en su significado

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“Las palabras que han servido de caballo de batalla en grandes luchas, y que expresan los anhelos por el que el hombre esgrime aún su lanza, a fuerza de repetirlas los periódicos, la radio y la gente en incontables ocasiones se han gastado (...). Democracia, socialismo, libertad, ¡qué vagas ideas, qué sentimientos tan superficiales evocan a menudo esas palabras! Han perdido su filo, y su penetración, y su interés. Son palabras gastadas. Y hasta son a veces pronunciadas con mofa, por personas de gran espíritu práctico y poca práctica espiritual”. Así comienza una de las obras más preclaras de José Figueres Ferrer, don Pepe.

Escrita en el exilio en 1942, Figueres defiende con ardor el contenido de estos tres ideales presentes de una u otra forma en la historia de la humanidad, y ofrece la promesa de un mundo más justo. Se lamenta, sin embargo, sobre todo en sus primeras letras, por la ligereza con que son pronunciadas y tergiversadas, usadas sin sentido.

Su pena, mezclada con la esperanza de un mejor mañana, exige del ciudadano mayor rigurosidad, más responsabilidad, más apego a su significado: democracia no es demagogia, libertad no es anarquía y socialismo no es autoritarismo.

Las palabras tienen su lugar, su momento y su contenido, pero de tanto repetirlas ligeramente pierden su impacto, como aquellos titulares sensacionalistas que ya no causan asombro y pasan desapercibidos, banalizados.

Ciertamente no es la única consecuencia: las palabras van creando en nosotros una forma de pensar, de convencernos acerca de lo que es o no es, son el gatillo que nos lleva del pensamiento a la acción. Decía Goebbels, miente, miente, que algo queda.

Confieso que la comparación entre Gaza y el Holocausto hecha por el presidente de Brasil, Lula da Silva, hace unos días, me dejó perpleja, es más, preocupada por la decadencia intelectual de uno de los líderes otrora más connotados de América Latina y por la reacción favorable de algunos de sus colegas latinoamericanos de eso que ahora llaman la izquierda progresista.

A partir de ese día, he visto en las redes sociales la palabra Auschwitz sobre el mapa de Gaza y he vuelto a escuchar aquello de que Gaza es el campo de concentración más grande del mundo. Mentiras ambas refutables por la clarísima evidencia histórica y por los pocos sobrevivientes que aún se encuentran con vida.

Y una vez más he pensado en la sabiduría de don Pepe. Porque, en realidad, desde el 7 de octubre del 2023, día de la masacre perpetrada por los terroristas de Hamás en contra de la población civil israelí, no he hecho sino sorprenderme de la ligereza con que estudiantes y profesores de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos, políticos y formadores de opinión, o los troles de las redes sociales, acuñan términos como holocausto y genocidio con una simplicidad asombrosa sin reparar en su significado.

¿Ha escuchado usted alguna vez el cántico “From de River to the Sea” (desde el río hasta el mar) que se repite en las marchas propalestinas? ¿Sabía usted que geográficamente se refieren al río Jordan por el este y al mar Mediterráneo por el oeste, o sea, eliminan en su totalidad el territorio actual del Estado de Israel?

¿Sabía usted que ese inocente cántico no hace sino plasmar lo que dice el Acta Constitutiva de Hamás de 1988, donde señala que su propósito fundamental es la desaparición total del Estado de Israel y de los judíos en todo el mundo? ¿No le suena que eso sí podría calificar de intento de genocidio? ¿No ve usted intenciones genocidas en las declaraciones de los líderes de Hamás cuando en boca de sus propios dirigentes claramente advierten de que habrá tantos 7 de octubre cuantos sean necesarios para terminar con el Estado de Israel?

No es mi intención entrar aquí en definiciones sobre qué es o qué no es genocidio, o si se justifican las acusaciones contra Israel. Tampoco es mi intención reiterar aquí el drama que sufre la población gazatí, especialmente aquella a la que usan como escudos humanos.

Me atengo a la resolución de la Corte Internacional de Justicia, en el caso de la acusación de Sudáfrica, para comprender que, a pesar de que cada quien quiso interpretar la resolución a su conveniencia, lo cierto es que la Corte ordenó a Israel tomar las medidas necesarias para prevenir el genocidio, sin pedir un alto al fuego, reconociendo su derecho a defender su territorio y a rescatar a los rehenes secuestrados por Hamás. No es una acusación de genocidio ni es comparable con el Holocausto.

La autora es politóloga, exdiputada y exdefensora de los habitantes.