Falta de ingenieros

Se requiereuna revisión profunda de las políticas universitarias

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Tal como lo reportó La Nación en semanas anteriores, Costa Rica se encuentra en una encrucijada: desde hace varias décadas, el país eligió, como modelo de desarrollo, el énfasis en la atracción de empresas de carácter tecnológico, para aprovechar la ventaja de los relativamente satisfactorios niveles educativos de la población.

Pero, después de unos pocos años, empresas de alta tecnología ya se quejan de que el país no cuenta con suficientes profesionales en ciencias exactas y tecnológicas, por lo que no pueden seguir pensando en expandir sus actividades.

Antes bien, dada la moderada oferta de profesionales de alto nivel, este se ha hecho un recurso muy escaso, lo que hace que su costo crezca desproporcionalmente y limite la expansión de estas actividades. El diagnóstico no es correcto. Señalar como causa el que los estudiantes le huyen a la matemática, no es justo. Es cierto que, por razones que valdría la pena estudiar, hay una buena cantidad de estudiantes de secundaria que tienen aversión a esta materia, pero una buena proporción tienen un buen desempeño y serían capaces de enfrentar con éxito carreras con que la usan intensivamente. Basta con observar que hay un notorio exceso de demanda por estas carreras, que las universidades no han sabido atender.

Cupos limitados. Este problema se veía venir desde hace más de veinte años y, reiteradamente, como profesor universitario, escribí varios artículos al respecto. Las universidades estatales son las que, por su experiencia, infraestructura y generosa dependencia de los recursos del presupuesto nacional, deberían haber sido líderes en la provisión de recursos humanos para sustentar el desarrollo nacional. Para eso solo se requería librarse de prejuicios.

Por el contrario, limitaron sistemática y antojadizamente los cupos en las carreras más necesarias para el desarrollo y los promovieron artificialmente en otras que tienen limitadas oportunidades laborales para los graduados. Con esto frustraron la esperanza y futuro de muchos estudiantes y privaron al país de su principal ventaja competitiva.

Si bien las universidades privadas han paliado una fracción del problema, su oferta en carreras en ingenierías, arquitectura y ciencias exactas ha sido limitada y su costo, elevado, lo que deja sin oportunidad a estudiantes de menores recursos, quienes, con un poco de ayuda académica y económica, hubiesen llenado el vacío.

Revisión de políticas. Hoy debemos enmendar la plana, para lo cual se requiere una revisión profunda de las políticas universitarias.

Un buen signo son las declaraciones del nuevo rector del ITCR. Pero debemos estar claros de que esto no resuelve el problema del corto plazo. Por falta de profesionales, el país no debe renunciar al modelo de desarrollo que se planteó.

La solución es hacer lo que han hecho, históricamente, todos los países desarrollados: estimular las migraciones de capital humano calificado. Hay que romper el tercermundista paradigma de que el ingreso de extranjeros desplaza a los nacionales. Todo lo contrario, los profesionales extranjeros son recursos, por los cuales el país no ha tenido que pagar en nutrición, salud, riesgo de supervivencia o educación y llegan, precisamente, en la etapa en que son más productivos.

Estos inmigrantes pueden traer capacidad empresarial y tecnológica que serán de gran ayuda para balancear las estructuras de producción, lo que abre opciones de trabajo y capacitación para otros recursos, quizás con menos preparación.

Eso sí, se debe descartar la aberración de pensar en decidir cuántos y qué tipo de profesionales deben venir.