Algo tiene de psicología humana en general. Por eso, desde que inventaron las excusas, nadie queda mal. Ya lo cantó Julio: la vida sigue igual. Las evasivas también, para escabullirse, esfumarse. Ahora “es el sistema”.
Fácil es echarle la culpa al coso aquel, que no obedece; como en la historia del tren y la vaca, en tiempos del inefable don Ricardo. Ese mastodonte metálico siempre lleva las de perder, con que “se me adelantó el tren”. Igual, con el bien llamado auto-motor: “el carro en que íbamos no pudo esquivar el hueco”.
Fabricamos una educación de mentirillas: “Me dejó el bus…”; “Profe, ¿me lo puede repetir? No entendí”. Mentiras: apague su celular y conecte su cerebro. ¡Vaya síndrome de “yo no fui, fue Teté!”.
Pobre deporte maltrecho: “si no fuera por aquel… habríamos ganado”. “Ella me metió la pierna”… Pamplinas. Así también con “se me fue la puerta” o “¡se me quiso dorar el pan!”.
Con pretextos y subterfugios así, uno siempre queda bien; el problema es el otro, la otra.
Si bien “las excusas se inventaron para servirse de ella”, como reza en francés, cambiemos. ¿Las excusas?... ¡Al excusado!