Examen reprobado

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Las encuestas de opinión política nos abren una mira para asomarnos al mundo de las percepciones ciudadanas que, a fin de cuentas, fundamentarán en mucho los comportamientos de la gente y por esa razón tendrán efectos prácticos.

En el pasado, Unimer puso en evidencia la desconfianza de los costarricenses, no solo en los gobernantes, sino también en las instituciones políticas y, en general, en la eficiencia del sistema para resolver problemas y escuchar a los ciudadanos.

La más reciente encuesta, cuyos resultados se hicieron públicos en los últimos días, se centra en el apoyo a los gobernantes y a los partidos y en otros aspectos coyunturales.

Sin duda, el rasgo más sobresaliente de este sondeo es el deterioro creciente del apoyo específico al Presidente y a su equipo, con una rapidez inédita.

Se perfila la imagen de una gestión gubernamental poco confiable, que aprueba el examen, aunque diga que hace la tarea. Campea, entre los ciudadanos, la incertidumbre, alimentada por la contradicción entre lo dicho en campaña y lo hecho en el gobierno, y surge, posiblemente en muchos, la interrogante sobre lo que hará mañana.

El 86 por ciento de los ciudadanos no ve un rumbo claro. Pienso que el viejo modelo de desarrollo, basado en un Estado intervencionista y en la sustitución de importaciones, agonizaba desde hacía rato, pero lo hacía con dignidad y derecho a la palabra. Hoy parece no ser así y se percibe un amenazante resquebrajamiento del orden social. Posiblemente en el desdecirse del gobierno se fragmentaron las acciones políticas y en la improvisación se esfumó el hilo conductor de un proyecto nuevo. No sorprende, por eso, que el 71 por ciento de los encuestados considere que el Presidente carece del liderazgo necesario para transformar el país.

Todo esto explicaría, en mi opinión, la incertidumbre y el pesimismo con que los entrevistados visualizan la situación personal y nacional.

La percepción de ciertos rasgos de personalidad del mandatario, revelados en una encuesta anterior (La Nación, 9/2/95, p. 14-A) y que le atribuyen el ser "autoritario", "prepotente", "labioso", solo agravan los sentimientos apuntados.

La forma y ritmo, inusitados en el país, con que se aprobaron recientes y conflictivas legislaciones, posiblemente ha reforzado la opinión de un estilo autoritario de gobernar y ha ratificado la visión de que, junto al orden social, se desmorona también el viejo contrato social fruto del diálogo y la negociación.

Frente a esta situación, se muestra un aumento en las perspectivas de triunfo electoral del PUSC y concretamente de Miguel Angel Rodríguez.

En lo que atañe a los partidos políticos, la encuesta muestra ciertas opiniones que ponen de relieve una pérdida de liderazgo del PLN. Primeramente, puede señalarse que asistimos al fin de dos mitos bien arraigados. El primero que sucumbe es aquel que le atribuía al PLN el ser el único partido con proyecto propio. Más allá de los yerros gubernamentales, hoy la población ve al PLN como asimilado ideológica y programáticamente a su contrincante, el PUSC.

El segundo mito que se derrumba es el que le atribuía al PLN el monopolio de la preocupación por los pobres. Hoy, según los entrevistados, comparte esa inquietud con el PUSC.

En mi opinión, hay un tercer mito que tenderá a desmoronarse y sobre el cual las encuestas no recogen aún opiniones. Es el mito del binomio PLN clase media, que sin duda tiene bases históricas, puesto que la expansión de esta clase en el pasado se vio vinculada a ciertas políticas liberacionistas. El mito parece sucumbir hoy --en la dimensión económica al menos-- con los embates a los bolsillos de esta clase provocados por los recientes incrementos en los impuestos y los cambios a la Ley de Pensiones del Magisterio.

Debilitamiento del PLN, sí, pero también, aunque en menor medida, del PUSC. La falta de confianza, según la encuesta, alcanza a los dos partidos.

Por otra parte, la percepción de asimilación entre ambos --corresponda o no a la realidad-- los lesiona por igual, puesto que contribuye a erosionar los lazos de identificación partidaria entre muchos simpatizantes y adherentes. Se estimula así la ampliación de un fenómeno característico de nuestra época: la progresiva desidentificación con los partidos de pertenencia. Si a esto se suman los sentimientos generales de desconfianza (influidos a menudo por la prensa y sus linchamientos públicos) y la presunción de no sentirse representado, fácilmente se llega a la desafección política que se manifestará electoralmente como apatía, indecisión o fragmentación del voto o abstencionismo. Y también, por qué no, como búsqueda de opciones personalistas fuera del sistema tradicional de partidos (Fujimori, Perrot, Berlusconi). El fuerte apoyo (71 por ciento de los encuestados) a la necesidad de surgimiento de un tercer partido, va en la línea de nuevos canales de expresión popular.

La campanada la han venido oyendo los partidos desde hace días y sin duda están buscando o buscarán mecanismos para adaptarse a los reclamos populares. Por el momento, el PLN parece debatirse más en luchas internas que en planes de reforma. El PUSC, por el contrario, está mostrando un impulso transformador. Ya ha enarbolado la bandera de la participación popular que está poniendo a prueba en el Congreso ideológico, durante todo este año. También ha modificado la forma de elegir los candidatos a diputados, para que sea mediante voto directo. Igualmente se ha propuesto incentivar la participación femenina en las instancias intermediarias con un sistema de cuotas. Sin duda, estos pasos del PUSC son importantes signos de apertura y suscitan ciertas preguntas: ¿Definirá el PUSC, la agenda del remozamiento partidario en el país? ¿Ejercerá también en este campo lo que Jorge Rovira, refiriéndose a la presencia creciente de ideas liberalizadoras, ha considerado como el ejercicio de la "batuta ideológica" por parte del PUSC?

De todas formas, lo que interesa fundamentalmente, en una sociedad democrática, es que los partidos, mediadores entre la sociedad y el Estado, comprendan su papel y lo sepan desempeñar. Que entiendan que seguir con la exclusión de la población en el Estado, el gobierno y los partidos, es negarle a la ciudadanía la participación en la conformación de la voluntad política, base de la democracia. Cerrando los ojos se pueden perder unas elecciones, pero más grave aún es que si continúan cerrados, los ciudadanos se vengarán con la desafección y finalmente con el retiro del apoyo al orden político, debilitando con ello los fundamentos de su legitimidad.

(*) Socióloga, profesora e investigadora de la Universidad de Costa Rica.