Evolución y ‘antievolución’

La guerra contra Ucrania ilustra perfectamente hasta dónde llega la ‘antievolución’

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Aunque a veces pareciera que no existen, junto con los cambios conectados a nuestra capacidad de abstracción, evolucionaron nuestras capacidades espirituales.

Hemos reconocido los derechos humanos, la igualdad de género, los derechos civiles, los derechos de los trabajadores, el derecho humano al agua y a un planeta limpio, los derechos de los niños, los derechos de las personas con necesidades especiales y los recientes derechos de los animales y hasta de las plantas.

Todo lo anterior me da pie para afirmar que realmente hemos evolucionado, suponiendo que evolución significa que hemos progresado, es decir, nos hemos dirigido hacia delante, nos hemos dedicado a construir bienestar.

La realidad, sin embargo, grita que también tenemos como especie otras habilidades que no son constructivas, sino destructivas, a estas yo las denomino antievolutivas.

El ser humano ama (habilidad constructiva), pero también odia (habilidad destructiva); crea arte para nuestro disfrute, pero al mismo tiempo fabrica las armas y conforma ejércitos para destruir al prójimo.

Pareciera que existen dos fuerzas opuestas: la evolutiva y la antievolutiva.

Las armas y los ejércitos son la expresión de la antievolución, y quienes los justifican son antievolutivos.

Las guerras son la mayor expresión de la involución, y la guerra de Rusia contra Ucrania es el ejemplo perfecto para ver dónde está la evolución y hasta dónde llega la antievolución.

fulatedr@gmail.com

El autor es médico pediatra.