Evolución del nacionalsocialismo

Las estructuras mentales totalitarias siguen vigentes en los países

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Desde 1988, en los libros El olvido de la libertad, En el eje del tiempo: la explosición posmoderna y en varios artículos de opinión, he sostenido la tesis de que existen varios tipos de totalitarismo, y que no obstante las diferencias entre unos y otros, todos poseen una estructura mental básica que les es común, que se recrea y reinventa según sean las épocas y circunstancias.

Algunas formas de totalitarismo. En el caso de la civilización occidental, desde sus orígenes griego-helenísticos, es factible identificar totalitarismos de carácter ilustrado como el expuesto por Platón en el diálogo La República, por Hegel en Fenomenología del Espíritu o por Marx en el Manifiesto Comunista; también existen totalitarismos religiosos tales como la doctrina política del imperio cristiano, la versión marxista radicalizada de la teología de la liberación o los derivados de la burocracia religiosa en combinación con el fundamentalismo de creencias que se pretenden absolutas y obligatorias para cualquier persona.

Existe un totalitarismo economicista que reduce la vida social a dinero, finanzas y mercancía, y que postula la utopía de una sociedad de mercado auto-regulado, sin Estado o con un Estado mínimo; este totalitarismo economicista no debe confundirse con la tesis democráticoliberal de crear sociedades con mercados poderosos.

Cuando se observa la conducta de los políticos queda claro que de ahí surgen fenómenos autoritarios y totalitarios de manera casi constante dado que muchos de ellos acostumbran presentarse –y a creerse– sabios, salvadores e inmaculados, a quienes se les debe rendir pleitesía.

Una utopía, un deseo, cuatro creencias. En los totalitarismos es común creer que se posee toda la verdad y todas las verdades, que se es superior, que se tiene una misión y que por esa misión vale la pena sacrificar la vida en aras de alcanzar futuros paradisíacos encarnados en los representantes terrestres de la divinidad, en una clase social, en un partido político, en el dinero, el mercado, la raza o el líder.

A estas creencias subyace un deseo y una utopía: el deseo de alcanzar la más completa uniformidad social de ideas y sentimientos, y la utopía de conseguir el control absoluto sobre la vida de las personas, no importa si para lograrlo se violenta hasta el horror la dignidad del ser humano.

Traigo a colación lo escrito motivado por la lectura del libro titulado Nacionalsocialismo y antigarantismo penal (1933-1945) , escrito por el jurista costarricense Javier Llobet Rodríguez y editado en abril de este año.

Esta obra se centra en el análisis jurídico de una de las formas más perniciosas del totalitarismo (el nacionalsocialismo), y en sus páginas, entre otros méritos, se desgrana con claridad las relaciones entre sistema penal y régimen político totalitario, el proceso de instauración de la arbitrariedad nacionalsocialista en Alemania y la sistemática violación de los derechos humanos en nombre del pueblo alemán bajo la guía de la libérrima voluntad de Adolf Hitler.

El ensayo de Llobet, que conviene leer junto con el libro Los juristas del horror, de Ingo Müller, constituye una contribución cardinal a la democracia costarricense, y desde Costa Rica a los esfuerzos globales por evitar una nueva pesadilla de fanatismo y odio análoga a la experimentada entre 1933 y 1945.

Siguen vigentes. Si bien el totalitarismo, en sus diversas formas y contenidos, experimentó derrotas históricas en el siglo XX, tal como lo prueba la historia del fascismo, el comunismo y el nazismo, lo cierto es que las estructuras mentales totalitarias siguen vigentes en la actualidad. Cuando se observa la deriva autoritaria de los nacionalismos, la persistencia del fanatismo religioso en todas las civilizaciones, y el ascenso político-electoral de opciones ultraconservadoras en varios países, a las que se unen ciertos movimientos tradicionalistas de carácter clerical, es claro que en las sociedades actuales existe la posibilidad real de un retorno o reinvención de los totalitarismos.

No deben verse como hechos aislados e intrascendentes el que varios, quizás miles y millones de ciudadanos y ciudadanas del mundo, hablen de establecer un cronograma para expulsar a inmigrantes, judíos y musulmanes; acabar con la barbarie tercermundista que invade los paraísos económicos y financieros; reprimir ciertos comportamientos sexuales y afectivos, y así hasta proclamar “Occidente para los occidentales”, sin judíos, ni musulmanes, ni africanos, ni latinos, ni personas provenientes de naciones pobres o de países subdesarrollados.

Estas son retóricas que desprecian al extranjero, al otro, al diferente; reivindican la unidad de la sangre y del territorio; rechazan el carácter híbrido, mezclado, de la condición humana; y reiteran los rasgos que Umberto Eco atribuye a lo que él denomina “fascismo eterno”, y que bien pueden asociarse al “nacionalsocialismo” de ayer y de hoy: culto al pasado y la tradición, rechazo de la ilustración, rechazo de lo moderno y de la modernidad; rechazo de la diversidad, odio a los extranjeros y desprecio por los marginados.

Los rasgos señalados por Eco condujeron en la Alemania de los años treinta y cuarenta del siglo XX a la creación de un Estado policial racista, y a lo que el costarricense Llobet Rodríguez recuerda con angustia e indignación cuando escribe que la voluntad del Führer, “fuente máxima del derecho”, imperaba sobre las normas jurídicas publicadas, legitimando la arbitrariedad y validando “la detención en campos de concentración a través de la reclusión policial de seguridad y la reclusión policial de prevención, sin que los detenidos tuvieran derecho a ningún reclamo y en donde estaban sometidos a los desmanes de los guardianes del campo” (p. 582 y 583). El desmontaje del Estado democrático de derecho defendido por jueces politizados y fanáticos, condujo al desprecio más completo del derecho a la vida de millones de seres humanos.

Nota sobre la ideología del nacionalsocialismo. Finalizo este comentario recordando algunos elementos claves de la ideología nacionalsocialista en los tiempos de la Alemania gobernada por Hitler: nacionalismo, economía controlada por el Estado, sociedad controlada por el partido político, rechazo de la ilustración, anticapitalismo, rechazo del liberalismo, anticomunismo, antisemitismo, Estado policial protector de la propiedad privada, higiene racial, negación de la democracia y darwinismo social. Esta ideología bien puede definirse como una “rebelión en contra de la razón”, dice Llobet, y su origen conviene buscarlo, además de las coyunturas socioeconómicas posteriores a la Primera Guerra Mundial, en el irracionalismo contrario a la racionalidad, al liberalismo y la democracia. Este irracionalismo, que también está presente en las sociedades actuales, subraya la manipulación emocional de las personas como una práctica necesaria para la obtención de determinados objetivos. La manipulación emocional, que en muchas ocasiones utiliza la mentira como uno de sus contenidos predilectos, alcanza alto niveles de desarrollo y sofisticación en las modernas sociedades de consumo, y es uno de los instrumentos permanentes de la comunicación política y de la mercadotecnia.

Frente a la ideología nacionalsocialista, y frente a la manipulación emocional, es imperativo cultivar la racionalidad, la diversidad y la búsqueda permanente del conocimiento.

Fernando Araya es escritor.