Ética empresarial para combatir la corrupción

La corrupción es como el monstruo de cinco cabezas de la mitología griega

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Expertos afirman que la transparencia y la eficiencia del gobierno no son lo opuesto a la corrupción, sino la integridad, que incluye y supera a ambas.

Integridad es sinónimo de excelencia, y la excelencia la distinguen tres rasgos: autoexigencia, autodisciplina y esfuerzo.

Sabio es el adagio latino que dice per aspera ad astra, pero el camino hacia las estrellas es arduo. La corrupción mina el desarrollo social y político de nuestro país, pues socava la educación, la sanidad y la vivienda social. Condena a los ciudadanos más vulnerables a la enfermedad, la inanición y al analfabetismo, ya que reduce la cantidad y calidad de los servicios públicos más básicos.

El despilfarro de los escasos recursos tiene un efecto en los índices de pobreza extrema. Estudios revelan la relación entre debilidades en la gobernabilidad y la corrupción.

Una pobre gobernabilidad incide en el crecimiento del sector privado al elevar los costos de la transacción, sobre todo, a la hora del aseguramiento de los contratos, y los riesgos de inversión y expansión.

Estudios del Banco Mundial revelan que en los países corruptos el clima de inversión (regulaciones poco trasparentes, legislación laboral restrictiva, sobrecarga de impuestos) está tan viciado que se corre el riesgo de influir en el comportamiento de la empresa al punto de pagar sobornos y perder integridad para hacer negocios bajo tales condiciones.

La OCDE, por su parte, reconoce que reducir la corrupción requiere mucho más que criminalizar esas prácticas. Se necesita que la empresa se implique.

Los índices de corrupción son inferiores en democracias consolidadas, donde prevalece la estabilidad política, los procedimientos son simples y transparentes, y hay libertad de prensa.

La corrupción es como el monstruo de cinco cabezas de la mitología griega. Cuando una de ellas es cortada, su poder se duplica.

El corrupto siempre realiza un cálculo. No pocas veces su poder le otorga un buen margen de discrecionalidad. Le tienen sin cuidado las sanciones, multas económicas o la cárcel. Mucho menos el deshonor público.

Los corruptos, lamentablemente, no suelen trabajar solos, se organizan internamente para crear estructuras específicas. Algunas empresas se convierten en la oferta para la demanda del funcionario corrupto, por ejemplo, mediante el diseño de licitaciones públicas amañadas y requisitos, tiempos de entrega y muestras a la medida de un oferente en particular.

Por lo general, tales prácticas derivan en precios más elevados por servicios u obras públicas, los cuales pagan los ciudadanos a través de impuestos o tarifas.

Estas prácticas, que cada vez son más frecuentes, ponen en riesgo la competencia al violar los principios básicos de razonabilidad, proporcionalidad, eficacia y eficiencia, que deben imperar en la Administración Pública.

El remedio es mantener la integridad, la única estrategia posible a largo plazo. Pero la integridad no se improvisa, se va labrando a lo largo de la vida.

La persona íntegra es el fruto de un trabajo esforzado. La excelencia se gesta en el ser, luego en el hacer. En ello va autoexigencia, autodominio y autodisciplina.

Educar en autonomía es relevante. Quien se exige, se respeta. Si educar es enseñar a pensar y la cultura es enseñar a vivir, ambas son necesarias para alcanzar la excelencia.

Para alcanzar la integridad, las empresas deben librar esta cruzada contra la corrupción. Las manzanas podridas, provengan de donde provengan, terminan en barriles podridos. Solo hay un alineamiento posible: el ético.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.