¿Estamos floreciendo?

El florecimiento humano tiene una connotación ética mucho más evidente que el bienestar

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El florecimiento humano es un término relacionado con el desarrollo pleno de las personas y sociedades, un anhelo compartido, especialmente en tiempos de crisis.

La educación es un recurso imprescindible para promoverlo. Las palabras desarrollo y crecimiento son las que más se aproximan por su significado al sentido de flourishing en la pedagogía. Las personas causan la prosperidad de las sociedades y estas mejoran si sus miembros poseen capacidad y compromiso para contribuir al desarrollo social.

La mayoría de los estudiosos forman parte de la corriente del neoaristotelismo, pues el florecimiento se corresponde con la concepción de felicidad que tenían los griegos, esto es, la eudaimonía.

La concepción aristotélica de la eudaimonía tiene una connotación ética, pues significa un tipo de vida, una vida buena, la mejor vida que se pueda alcanzar según lo que se elija y pueda cristalizar.

El florecimiento en sentido eudaimónico es una vida que se va haciendo a lo largo de la existencia. Responde a un proyecto racional a partir de las condiciones personales y sociales. Esta corriente presenta el florecimiento como un objetivo en la educación.

Teoría moderna

Tyler VanderWeele, director del Human Flourishing Program de la Universidad de Harvard, propone cinco dominios para evaluar el grado de bienestar de las personas: la felicidad y la satisfacción con la vida, la salud física y mental, el significado y propósito (en la vida y actividad), el carácter y la virtud, y las relaciones sociales íntimas o estrechas.

Tales dominios son vistos como fines en sí mismos y son universalmente deseados. Es una visión objetiva e integral que nos ayuda a comprender que es razonable plantear como fin de la educación el florecimiento: un proceso natural de maduración y socialización personal que culmina en el logro de una identidad psicosocial satisfactoria, y que está impulsado por diversas necesidades psicosociales, tales como autoestima, autorrealización, crecimiento personal, afiliación e intimidad, y de dominio y logro.

En una reciente entrevista para la Universidad de La Rioja, en España, VanderWeele mencionó que existen enormes diferencias entre felicidad y florecimiento.

El florecimiento humano tiene una connotación ética mucho más evidente que el bienestar. Es algo más sólido, más solidario y exige más. Incluye otros factores, como contar con buenas relaciones y tener un sentido de la vida. Ser una persona recta, que hace lo que cree que debe hacer.

La virtud y el carácter inciden en el florecimiento. El objetivo de la vida se reorienta cuando incluimos estos aspectos que vienen a ser hábitos que se convierten en objetivos y están de acuerdo con el bien.

Al desarrollarnos, ese florecimiento dejará una huella en los otros. Contribuiremos a la vida de los que nos rodean. Las personas que persiguen este florecimiento pueden llegar a tener un cierto “atractivo social”. Pueden llegar a manifestar unos valores elevados en sus relaciones personales, en el sentido de su vida, en la forma como controlan el impacto de situaciones difíciles, como son las económicas o sociales.

Relaciones profundas

Se dice que Occidente no ha puesto suficiente énfasis en la importancia de las relaciones, en el sentido de comunidad para alcanzar una vida plena.

El sociólogo y politólogo estadounidense Robert Putnam denuncia en su libro Bowling Alone el problema de que las tasas de participación en actividades cívicas están descendiendo.

Por su parte, el libro The Good Life, de Marc Schultz y Robert Waldinger, también profesores en Harvard, resume el estudio empírico más amplio que se ha hecho sobre la felicidad.

Una de las principales conclusiones es la importancia de cultivar relaciones sólidas. Las “conexiones” virtuales no son relaciones. No generan compromiso. Debemos fomentar relaciones más profundas pues son las que producen el florecimiento humano y comunitario.

El mundo cambia aceleradamente y nos plantea desafíos a los que debemos dar respuesta por el bien de las generaciones actuales y venideras.

Hay una solución fundamental: la educación. La educación nos ayuda a fortalecer aquello que nos hace más humanos y que nos lleva a florecer. Pero necesitamos una educación integral que nos incentive a desarrollar las dimensiones que nos configuran, a saber, la intelectual, la espiritual, la social, la relacional, la mental y la física. Que nos ayude a crecer con un propósito en la vida, a cultivar la virtud y la formación del carácter. A desarrollar empatía, colaboración, creatividad, capacidad de aprender, libertad de elección, etc.

Pienso que si se puede florecer en medio del sufrimiento y el dolor, es posible florecer en el terreno del enfrentamiento, el materialismo, la injusticia y la corrupción, pero antes debemos podar sus malas raíces y sembrar otras semillas.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.