¿Estado o mercado?

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A pesar de que con frecuencia así se ha planteado, la disyuntiva no es Estado o mercado, y no lo puede ser jamás. El mercado lo conformamos todos los que vendemos o compramos un bien o servicio, y somos insustituibles. El Estado tiene su función y el mercado tiene la suya. Si el Estado cumple bien su función, el mercado hará la suya de la mejor manera; pero si el Estado falla, el mercado también falla. Son complementos.

El mercado utiliza el mecanismo del precio para asignar los bienes y servicios entre los demandantes y para dar las señales de escasez relativa de los bienes. Justamente, esta es la función que cumplía en el caso del hombre con la coca cola y el jeque moribundo (La Nación, 11 de julio 1995). En ese momento y lugar, la escasez era casi total, circunstancia especial en la cual el bien puede llegar a tener cualquier valor, como en efecto sucedió. Lo que procede en el análisis no es cargar de epítetos al dueño de la coca cola ni a mí, como pretenden los señores Ricardo Martín y Adrián Rodríguez, sino preguntarse por qué se dio esa escasez. Hay un 90 por ciento de probabilidad de que dicha escasez fuera causada por el Estado. Es probable que, entre muchas otras distorsiones, el Estado hubiese fijado un precio de US$1,20 cuando el costo de tener ese producto en ese lugar y en esas condiciones fuera de US$50.

Por otra parte, cabría preguntar por qué lejos de llegar con una coca cola o con un poco de agua para evitar la "especulación", el representante estatal llegó, como siempre, con las manos vacías, a perjudicar a dos personas que realizaban una transacción en forma voluntaria. Además, si uno puede y quiere pagar por un refresco no robado, ¿tiene cualquier hijo de vecino el derecho de impedir la transacción? ¿con qué premisa?

El punto del artículo anterior es que el valor de las cosas proviene de las personas, y fijar precios con base en costos de producción o en el antojo de un burócrata siempre va a resultar, en general, en niveles inferiores de bienestar para todos los participantes. Es probable que Juan corriera el riesgo de perder su vida al desprenderse del refresco o que la coca cola tuviera un valor sentimental altísimo para él. El representante del Estado ignora todo esto. Por otra parte, si el jeque hubiera tenido solo US$100, es probable que la transacción se hubiera llevado a cabo por ese monto o que Juan le regalara la coca cola si el jeque no tuviera nada (a la Patarroyo), pero él ofreció un millón. ¡El valoró la coca cola!

Decía al principio que cada institución tiene su función. La del mercado es de facilitar la producción y distribución de bienes y servicios que las personas requieren para su bienestar; y lo hace bien cuando hay amplia competencia. En estas circunstancias, se maximiza la cantidad de bienes y servicios que reciben los consumidores y se minimiza el precio. Se dice que el mercado no funciona bien cuando su estructura es monopólica (cuando hay pocos vendedores o pocos compradores), ya que en estas condiciones se reduce la cantidad de bienes ofrecidos y se incrementa el precio. Cuando esto sucede, se le ha pedido al estado intervenir para romper esa estructura y lograr que funcione bien, o sea, que haya competencia. Desafortunadamente, los gobernantes han intervenido en forma perversa, y lejos de corregir la falla, la han empeorado, en desmedro de los ciudadanos. Los monopolios estatales son vivos ejemplos de esa aviesa intervención. En lugar de romper los monopolios como hizo el gobierno de los Estados Unidos con IT&T, el Estado ha creado esa odiosa estructura y, tal como señala don Leonel Fonseca, pero equivocándose de estructura de mercado, la ha utilizado para "cobrarnos sumas caprichosas y suministrar el servicio sujeto a sus antojadizas condiciones". Tomemos como ejemplo el caso de la telefonía. En Panamá, el derecho telefónico cuesta US$10, y le instalan el teléfono al cliente en un máximo de una semana; en EE.UU. cobran unos US$12 y se lo instalan en un máximo de 24 horas; en Costa Rica el derecho oscila entre US$700 y US$1.000, y le instalan el teléfono al cliente en un plazo de tres y hasta cinco años (si tiene suerte), y sin pagar intereses sobre el dinero retenido. ¡Todo un saqueo! El mercado, al ser la suma de todos nosotros, es menos inhumano.