Espía autoritario en el trópico

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Vladimir Putin encarcela a roqueras (Pussy Riot), persigue a los homosexuales, reprime a la oposición (Alexeï Navalny), manipula los medios, intimida a sus vecinos ucranianos, censura a los artistas en San Petesburgo, agrede a las organizaciones feministas, impone limitaciones a las organizaciones de la sociedad civil y sostiene a tiranos sanguinarios en Siria.

Juicios manipulados, justicia política, Putin lleva a Rusia por la vía de la autocracia, convencido de que el poder se impone por el miedo.

Rusia pasó del totalitarismo soviético al autoritarismo de los policías políticos. El régimen político ruso es una democracia dirigida por un autócrata, impregnado por la cultura de la desinformación del sovietismo y apoyado en una ideología ultranacionalista que sustituyó al marxismo como principio de legitimación del Estado.

No es, pues, extraño que apoye a otro ejemplar de su especie, a otro dictador disfrazado de demócrata, gracias a la manipulación de las elecciones y al irrespeto al principio de la división de poderes.

El temperamento autoritario del excoronel de la KGB hace magnífica pareja con el exguerrillero Ortega; de ahí, las visitas de barcos artillados rusos a los puertos nicaragüenses. Entre autoritarios el acuerdo es muy fácil.

¿Qué hacía en Nicaragua, condecorado por el presidente inconstitucional Ortega, el general Valery Vasilevich Gerasimov, primer viceministro de Defensa ruso, el pasado mes de abril? ¿Qué hacían dos buques de guerra rusos en el Puerto de Corinto el 12 de agosto? ¿Será que Putin quiere transmitir su receta de provocar el miedo, al autócrata del norte?

Barcos rusos. Nada hacen los barcos rusos en el Caribe, nada hacen los militares rusos trayendo aires de guerra con las ventas de blindados, patrulleras misileras y migs 29 a la familia Ortega Murillo para que continúen oprimiendo a su pueblo y prosigan sus proyectos expansionistas.

Los rusos pagan a Ortega el reconocimiento de dos provincias separadas de Georgia (Osetia del Sur y Abjasia), pero el pago por el aventurerismo diplomático de Ortega no debe tener consecuencias negativas para los vecinos de Nicaragua.

La presencia rusa en Centroamérica perturba el equilibrio regional de fuerzas y bien haría el Gobierno en citar al embajador ruso en San José con el fin de pedirle explicaciones. Si estas no son satisfactorias, debemos pensar en romper relaciones diplomáticas con ese régimen, que nos agrede indirectamente y trae inestabilidad a la región.