Entre la autocomplacencia y el repudio

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Acabamos de vivir un proceso electoral y nuestro pueblo decidió un segundo tiempo. Se optó por “el” cambio, pero “cambios” también se anuncian en la papeleta liberacionista, que desde comienzos de la campaña advirtió que el PLN tenía necesidad de sinceramiento franco consigo mismo.

¿Qué entiende cada uno por cambiar? Se podría esperar que, en la segunda ronda, ambos candidatos salgan de lo genérico y pongan nombre y apellido a los “ajustes” que proponen. ¿Acaso inspira más que no gobiernen “los mismos” que conocer el sentido concreto de cambios sustantivos? Cambio de personas y no de sustancia sería caer en un lamentable gatopardismo criollo.

Nuestro pueblo optó por administrar con moderación su descontento. Conscientes ambos candidatos del acierto de muchas políticas públicas, no es extraño que no quieran generar incertidumbre con visiones concretas. Eso se entiende, pero ¡ya estuvo bien! La competencia es entre dos opciones moderadas. Ahora cabe que se aborden temas de fondo y se nos diga con claridad lo que se necesita cambiar, en concreto.

Fomento productivo. ¿Por quién doblan las campanas? En mi criterio, no estamos haciendo lo suficiente para crear capacidades productivas nacionales. A la desigualdad social corresponde heterogeneidad productiva. Más que divididos en barrios pobres y ricos, estamos separados por dos mundos de competitividades contrastadas y, con ellas, de ingresos desiguales.

El convidado de piedra en estas elecciones se llama política de fomento productivo. Se habla de ella sin verle la cara, sin delinear sus contornos. Es un tema que apenas se menciona en todas las tiendas con el sofisticado nombre de “encadenamientos”. Pero ¿de qué estamos hablando? ¿Cómo se mastica eso?

Son palabras mayores. Demanda nuevas prioridades. Auspiciar la industrialización, con innovación, diversificación y sofisticación productiva que articule el tejido empresarial doméstico de forma armónica y homogénea con las demandas internacionales de consumo y producción, exige todo un nuevo paquete prioritario de políticas públicas e institucionales.

No es que no se haya hecho nada. Todo lo contrario. Existen programas positivamente valorados; pero son todavía esfuerzos modestos y desarticulados. Se queda debiendo mayor energía nacional por superar las limitaciones competitivas de nuestras empresas para que puedan acoplarse a las cadenas internacionales de valor, con mucho mayor valor nacional agregado.

Modelo agotado. Seamos sinceros. Nuestra celebrada transformación estructural de las exportaciones no implicó una transformación estructural generalizada de todo el tejido productivo doméstico. Fue una transformación específica de las exportaciones basadas en la IED, con alto componente importado de sus insumos y modesto valor nacional agregado. Los procesos que se encadenan a las exportaciones de alta y media tecnología no son de mucho contenido tecnológico, concentrados, como están, en los eslabones de manufactura y ensamble.

La mayoría de quienes tienen una visión crítica, no ideológica, no piensan que el modelo esté agotado. Nada de eso. Entienden que la atracción de IED y la apertura comercial son un binomio algebraico, donde la transformación estructural del aparato productivo nacional es una de sus incógnitas que debemos resolver con mayor valor de sus componentes decisivos.

Sin mayor sofisticación productiva y mayor valor nacional agregado, el modelo no es sostenible, a largo plazo. Al abrirse al mundo, la producción nacional queda expuesta a la competencia internacional y muchas veces en desventaja, al no verse favorecida por la disminución arancelaria de los insumos, que es lo que un día sí y otro también reclaman algunos gremios industriales. Y eso no es egoísmo. Es un reclamo justo.

Término medio. La creciente importación de consumo y de insumos productivos crea un creciente déficit de la balanza comercial de bienes, que se agrava con el diferente ritmo de crecimiento entre importaciones y exportaciones. En los últimos 13 años, las importaciones crecieron a un ritmo anual 50% mayor que las exportaciones y el saldo negativo de la balanza de bienes es ya el 13,8% del PIB. ¡Ese saldo negativo era solo del 2,8% del PIB, en el año 2000!

Entiéndase que el modelo exportador no excluye, sino más bien tiene como parte integral un esfuerzo de sustitución de importaciones. No por la vieja vía de protección arancelaria, sino por una mayor sofisticación, innovación y competitividad del sector productivo nacional.

El mapa de ruta señala que debemos movernos hacia una mayor homogeneidad de nuestro tejido productivo, menores diferencias de capacidades e ingresos de nuestra fuerza laboral y un mayor fortalecimiento del ecosistema de innovación.

La madurez de nuestra clase política debe evitar tanto la autocomplacencia panegírica del “autobombo”, que todo lo ve perfecto, como el repudio ideológico ciego, que no ve nada bueno. Pero queremos saber el “término medio” que propone cada candidato.

Velia Govaere V., directora ejecutiva del Consejo de Promoción de la Competitividad (CPC).