Enemigos en dos llantas

Solo los ojos se les ven, rugen, amenazan e increpan.

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Si yo fuera famoso y en una entrevista me hicieran una de las clásicas preguntas cajoneras (¿a qué le teme?), no dudaría ni por una fracción de segundo en responder.

Quizá usted también les tenga miedo, respeto o repulsión. En mi caso, es temor. Tal vez usted sea uno de quienes me infunden esa sensación de inseguridad en carretera sin quererlo.

De lo que sí estoy seguro es de que al leer estas líneas se sentirá identificado. Repase. Si al conducir, usted llega primero o segundo al semáforo y la luz está en rojo, se los encuentra. Rugen con un estruendo que crece conforme avanzan los segundos y aturden a cualquiera a la espera de la ansiada luz verde.

Mientras uno casi empuja con la mirada para que el semáforo cambie de color, cual si fuese un banderazo de salida, van llegando más y más, y de pronto se siente una amenaza contra los espejos retrovisores, la calma de la música que lleva puesta o la tremenda discusión del programa deportivo que lo entretiene.

El sonido es más bien ruido, y como en Costa Rica ya no llueve, no hay forma de que al menos un fuerte aguacero opaque lo que para mí llega a ser un escándalo.

Solo los ojos se les ven. ¡Y cuidado vuelve a ver a quienes van encima! Sus ojos desafiantes es lo único que se puede divisar, en algunos casos, con tintes de amenaza. “¿Algún problema? ¿Se le perdió algo, pa’?”. Un dispositivo protege sus cabezas, pero al mismo tiempo les da un carácter de anónimo que a mí, por lo menos y después de una ingrata experiencia, me intimida.

Ya en carretera se avanza en medio de ellas o a un lado o a como uno pueda. No es fácil, menos para quienes no nos gusta manejar. ¿Pueden ir en medio del carril? ¿Deben hacerse a un lado? Mejor ni pregunte y trate de avanzar o esquivarlas.

Tenga, de verdad y con conocimiento de causa, mucho cuidado de que alguno de los espejos retrovisores de su automóvil ni siquiera las roce. Puede desencadenar una gresca, aún más si usted o quienes las conducen andan de mal humor.

En medio de las interminables y cotidianas presas, también puede ser que usted las vea en plena acera, sí, ahí, donde deben ir los peatones. Claro, semejantes cascos también sirven para impedir reconocer, en el mejor de los casos, a quien comete semejante imprudencia. Mejor ni intente tomar una fotografía o grabar un video porque corre el riesgo de que se den cuenta los “choferes”.

Como corolario, cuando llega la hora de descansar en casa, es habitual escuchar de nuevo ese infernal escándalo que en ocasiones hasta interrumpe un buen segmento de su serie en Netflix o lo que, de rebote, esté viendo, o incluso si ya duerme.

A algunos les molestan. A mí me dan miedo. Mi respuesta sería tajante: a las motos.

aronne78@hotmail.com

El autor es periodista.