En qué se equivocó Obama respecto a Irán

El “éxito” de esta estrategia hizo que el futuro de la región se vea más borroso que nunca

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JERUSALÉN – Los pros y los contras del acuerdo con Irán sobre su programa nuclear se debatirán profusamente en los próximos dos meses, en el período previo a una votación sobre el acuerdo en el Congreso de Estados Unidos. Pero el llamado Plan de Acción Integral Conjunto (Jcpoa por su sigla en inglés) será juzgado por su ejecución, que demorará años.

De todas maneras, dos cosas ya son evidentes. Primero, las cláusulas más débiles del Jcpoa –ambas engorrosas y abiertas a interpretaciones encontradas– son las que se refieren al cumplimiento y la verificación. De modo que ya existe cierto escepticismo respecto de la puesta en marcha.

Segundo, y más en lo inmediato, el propio éxito de un acuerdo entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania (el P5+1) ya ha comenzado a afectar el equilibrio de poder regional. Por cierto, es legítimo preguntar si los negociadores occidentales (y especialmente Estados Unidos) eran conscientes de las implicancias geopolíticas del acuerdo.

Incluso en esta etapa temprana, es aparente que el acuerdo ha fortalecido a Irán a escala regional. El régimen minoritario alawí del presidente sirio, Bashar al-Assad, prodigó elogios sobre el acuerdo y reconoció con justa razón que la mayor legitimidad internacional y los recursos financieros le permitirán al régimen chiita de Irán aumentar el respaldo. El otro aliado regional importante de Assad, la organización libanesa Hezbollah (a la que Estados Unidos clasifica como organización terrorista) también apoya el acuerdo. La Rusia de Vladimir Putin, a su vez, está contenta por haber recibido ayuda de Estados Unidos, aunque de manera indirecta, para fortalecer a Assad en el poder.

Es comprensible que el fortalecimiento de Irán ha hecho que los aliados más cercanos de Estados Unidos en la región se sientan extremadamente incómodos. Cada uno a su estilo, Israel, Arabia Saudita y algunos de los estados más pequeños y más vulnerables del Golfo hicieron conocer su malestar.

Turquía –aliado incierto de Estados Unidos hoy, pero miembro de la OTAN- quizás esté demasiado preocupada por la agitación política interna como para responder en detalle. Pero el presidente Recep Tayyip Erdogan sin duda es escéptico respecto de un acuerdo que Obama describe casi en términos mesiánicos. Las autoridades egipcias, que también luchan con desafíos internos, están igualmente disconformes con el Jcpoa.

Y, más allá de si Israel sale beneficiado o resulta perdedor, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, seguramente saldrá bien parado. En su calidad de habilidoso instigador del miedo, presentará el acuerdo como una prueba más del aislamiento y abandono de Israel por parte del mundo, lo que le permitirá apalancar la ansiedad pública y traducirla en un mayor respaldo político para su gobierno.

Netanyahu tal vez logre, incluso, que la Unión Sionista de Yitzhak Herzog se sume a su gobierno, lo que apuntalaría su coalición tambaleante. Su comparación de la amenaza iraní con el Holocausto puede ser absurda y obscena, pero es políticamente eficaz. Nada ayuda más a la derecha israelí que agudizar la sensación del electorado de estar bajo asedio.

La defensa por parte de Obama del Jcpoa puede estar ayudando a Netanyahu en este sentido, gracias a ciertas afirmaciones históricas que pueden incluso ser más ambiguas que sus argumentos respecto de las políticas nucleares de Irán. En algunas de sus declaraciones, y en su reciente entrevista con Thomas Friedman del New York Times, Obama comparó el acuerdo con Irán con la apertura de Richard Nixon a China en 1972.

Es un argumento perspicaz y tentador. Pero también es engañoso. El secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, empleaba una estrategia brillante para debilitar al comunismo al explotar la división sino-soviética. Al emular al estadista francés cardenal Richelieu, Kissinger ayudó al poder más débil en contra del más fuerte.

La política de Obama no se sustenta en ninguna estrategia global de estas características, aun si puede estar justificada con base en los argumentos más limitados de la no proliferación nuclear.

En la entrevista con Friedman, Obama también sostuvo que deberíamos hacer un esfuerzo por entender la historia y la cultura iraní. Parece un comentario común y corriente, incluso inofensivo, hasta que nos damos cuenta de la intención de Obama. “La realidad es que tuvimos cierta participación en el derrocamiento de un régimen elegido democráticamente en Irán”, dice, refiriéndose al golpe de 1953 que derribó al gobierno del primer ministro Mohammad Mosaddegh. Es más, Estados Unidos “había respaldado en el pasado a Sadam Husein cuando utilizaba armas químicas contra Irán”.

Por lo tanto, según Obama, los iraníes tienen “sus propios temores respecto a la seguridad y sus propias narrativas”. Este es un argumento que carece de perspectiva histórica. De la misma manera, uno podría decir que Alemania tenía sus “propios temores respecto a la seguridad y sus propias narrativas” durante la crisis de Múnich de 1938.

¿Obama está sugiriendo que Estados Unidos debería haber respaldado a Mosaddegh en medio de la guerra fría o haberse inclinado en favor de Irán durante la guerra entre Irán e Irak en los años 1980?

Todo esto puede decir algo esencial sobre la estrategia de Obama frente al acuerdo nuclear con Irán. Por sobre todas las cosas, mientras que el foco implacable de sus negociadores en las cuestiones que tenían por delante –centrífugas, niveles de enriquecimiento, el destino del combustible utilizado y demás– sin duda permitió que se llevara a cabo el acuerdo, el “éxito” de esta estrategia hizo que el futuro de la región se vea más borroso que nunca.

Shlomo Avineri enseña Ciencia política en la Universidad Hebrea de Jerusalén y se desempeñó como director general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel en el gobierno del primer ministro Yitzhak Rabin. © Project Syndicate 1995–2015