En la hora de los hornos

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Hay palabras que generan entusiasmos elementales, encienden ánimos y ganan elecciones. Se encuentran fácilmente cuando el descontento no soporta prórrogas para la satisfacción de necesidades básicas. Pero la retórica no gobierna. Llegado el momento, se termina atrapado por promesas difíciles de cumplir, pues, cuando se carece de estrategias claras, no se tiene idea de los procesos necesarios para generar cambios o no se cuenta con márgenes de maniobra. La memoria de los pueblos es entonces implacable acreedor. La cosa no es tan grave cuando los cambios prometidos se limitan a frases vagas. Pero eso no es lo que ocurre en Grecia.

Cambio prometido. Ahí, el cambio prometido venía con nombre y apellido: renegociar la deuda y regresar a una inversión social de mínima decencia, destruida por años de austeridad draconiana que, lejos de facilitar el pago, provocó empobrecimiento. Alexis Tsipras, candidato de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), arrasó en las elecciones, a dos escaños de la mayoría absoluta. Le toca ahora cumplir con un programa de gobierno que, para llegar a Atenas, debe pasar primero por Berlín.

En febrero del 2010 tuvo lugar la primera reunión para el rescate de Grecia. En dos tandas condicionadas, Grecia fue obligada a fuertes ajustes de torpe fiscalidad, con recortes deflacionistas, para que pudiera pagar, a costa de su retroceso social. La fiscalidad inteligente es la que apuesta a la inversión para el crecimiento económico, cosa que pudo haber sido posible, porque Grecia, perteneciendo a la OCDE, pudo haber esperado que sus acreedores, también miembros, hubieran alentado esa opción. Pero no. Y Grecia terminó más pobre para enfrentar sus obligaciones. Perdió el 25% del PIB. Tiene un desempleo del 27%. Cada año, los hogares se empobrecen un 10% y un tercio de su población está ya en declarada pobreza. En la calle duermen 30% más personas que en el 2010, cuando comenzó la austeridad. Una de cada cinco personas sin techo tiene título universitario. Desperdicio atroz de recurso humano que ilustra el desatino.

¡Hacer más pobre a un deudor y esperar que pueda pagar es un inhumano contrasentido! En esta materia, Costa Rica sabe de lo que se habla, pues todavía sufrimos el impacto de aquella desinversión social de los años 80, cuando fuimos el país más endeudado per cápita del planeta, que nos legó una generación perdida, a una década, ahora, de una pensión que no va a tener. Clama al cielo que el FMI, acreedor también de Grecia, no haya aprendido esa lección y siga con las mismas recetas.

Oscuro panorama. Cinco años después del primer rescate y a punto de terminar el segundo, el panorama de Grecia es más oscuro que al inicio. Después de todos sus sacrificios, su fatiga amenaza con convertirse en un reguero de pólvora por Europa. Razón de más para que sus acreedores estén poco dispuestos a concesiones. Grecia adeuda hasta a los deudores. Dice Rajoy que hasta Madrid tiene 26.000 millones de euros comprometidos en Grecia. Por eso, tanto mayor su preocupación de que la tolerancia con Grecia aumente aún más la fuerza de Podemos, amenazante partido opositor, en vísperas de elecciones. En Italia y Portugal, una victoriosa renegociación de Tsipras podría desatar el contagio político. En Grecia, las masas populares presionan, como resultado de la victoria de Syrisa, por el cumplimiento de las promesas electorales que mejoren su calidad de vida, con medios financieros de los que no se dispone. Eran promesas que dependían del estira y encoge de las negociaciones.

Sin aumento de riqueza ni mejora significativa de la recaudación, sino solamente recortando gastos, Grecia ha logrado un impresionante superávit primario del 3,5%. Tsipras no quiere destinar ese superávit solo a pago de deuda. Quiere usar, al menos, un 1,5% para alimentos, salud y electricidad de las familias más pobres y ofrecer un mínimo de dignidad a los pensionados.

No se puede dejar de reconocer la aspiración de derechos humanos que movilizó el voto de los griegos. Tsipras negocia ahora con ese mandato. Pero la apuesta de Syriza de soltar el gasto público para aliviar problemas sociales es un recurso fiscal tan torpe como lo fue la austeridad a troche y moche, dictada por los acreedores, porque ambos extremos carecen, como contrapartida, de políticas públicas productivas que aceleren el crecimiento económico.

Hora cero. Los discursos de griegos y europeos van a destiempo, pues Grecia tiene liquidez apenas para llegar a abril, y Berlín lo sabe. Tsipras deberá bailar ese trompo en una uña. En la hora cero, acreedores y Grecia tal vez encuentren algún entendimiento. Pero cualquier acuerdo será, necesariamente, una solución mutuamente inaceptable. Nadie quiere quemar los barcos, aunque Grecia difícilmente va a poder obtener lo que realmente necesita. Tampoco puede seguir aceptando su sacrificio social, ni Tsipras, su suicidio político. Alemania no puede ofrecer una flexibilidad que empujaría a los demás deudores a la confrontación, ni tampoco debe empujar a Grecia a la ruptura. El difícil teatro de operaciones se mueve entre confrontación y arreglo, para volver, de nuevo, a lo que es ya un crónico replanteamiento del euro.

Los actores bajan el tono y todos suenan más moderados que antes de las elecciones. Pero la verdad es que la salida de Grecia del euro no está totalmente excluida y entre los depositantes griegos avanza el pánico. Con retiros bancarios de entre 300 millones ( Financial Times ) y 500 millones de euros por día (Reuters), el valor en bolsa de los bancos se ha desplomado un 30%. Se teme un “corralito” griego, en referencia a aquellas restricciones a los depósitos bancarios que impuso Argentina cuando abandonó la paridad forzada con el dólar y se declaró insolvente, en enero del 2002.

Moraleja para Costa Rica. “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”. Aunque ciegue. Entendámoslo, porque esta fábula habla también de Costa Rica, y nosotros no terminamos de asimilar su moraleja. Ella nos recuerda que, cuando se llega a este punto, los remedios pueden ser más peligrosos que la enfermedad. ¡Machalá, machalá!

Velia Govaere Vicarioli, directora ejecutiva del Consejo de Promoción de la Competitividad.