En la cama 38

Aun cuando las personas creemos estar preparadas para no caer enfermas, como en una ruleta, me tocó a mí

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

«Sé fuerte, dice mi corazón, soy un soldado, he visto peores cosas que estas». Homero hace hablar a Odiseo y con ello nos maravilló a toda una generación a finales de la década de los 70 y principios de los años 80. Son millones de personas encantadas por él desde el siglo VIII a. C. Pero solo es un prurito.

Hoy, aquí, en la pequeña Costa Rica, siempre campesina, pero ahora globalizada, y miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), estamos viviendo algo que nos estremece, que nos rae. Una pandemia.

Antes hubo, pero no la recordamos. Quienes la vivieron hace unos cien años no pueden contarnos nada al respecto porque la mayoría, sino todos, gozan de otro estado, apacible, quieto y eterno. Esta es de gran malignidad. Un peligroso virus que entre bruma y polución nos asfixia.

Lo contraje en mi trabajo, desempeñándome en lo que debo y quiero hacer. Es algo muy mío, pero la anécdota es que, aun cuando las personas creemos estar preparadas para no caer enfermas, como en una ruleta, una de las probabilidades me llegó a mí. Gracias a Dios, mi familia está a salvo.

Lo más grande ha sido ver cómo el sistema costarricense de salud pública funciona. Los visionarios de los años 30 del siglo XX siguen aquí, entre nosotros, sus ideas sirvieron y sirven. Es necesario revisar todo ese ideario y adecuarlo a la contemporaneidad, más compleja sí, pero es nuestra responsabilidad.

Hablo de cultura. Costumbres que mutan en valores que aprecio y protejo, porque nos dan vida, vida social, colectiva, sentido de pertenencia. Los enfermos compartimos los viejos ideales que a la humanidad todavía le cuesta asimilar: libertad, igualdad y fraternidad .

Y si puede el débil, ¿por qué no lo practicamos?, de verdad, como país, como nación. Hasta lo tenemos en la Constitución Política. Eso es ser una república democrática. Todo lo demás son pequeños aportes de la filosofía de moda; sin embargo, la sustancia está ahí.

Aquí, en el Hospital San Juan de Dios, torre médica, salón Kids, cama número 38, mis ojos, mi carne, mi espíritu han sentido esos valores. Técnicos, enfermeros, médicos, jóvenes... todos son verdaderos soldados. Nosotros, los alicaídos, nos entregamos a su buen hacer y mejor querer. Lo que me lleva a pensar que Costa Rica vale la pena más de lo que nosotros mismos creemos.

Son pensamientos de un hombre enfermo, pero agradecido. Porque todo día en la tierra es bueno, y estas personas lo han hecho posible para mí. Y, claro, lo que secretamente conocemos cuando el peligro es mortal: «Hubiese desfallecido, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes».

Ellos son la bondad, la he visto. Y, como Odiseo, no me espanto, sigo, porque quiero ser un simple soldado más para el bien de todos aquellos a los que amo y a los que tengo que aprender a amar, aquí, en mi Costa Rica del alma. Todo tiene un propósito y este nos hará crecer, estoy seguro de ello.

El autor es director del Departamento de Servicios Técnicos de la Asamblea Legislativa.