En defensa de los ‘pegabanderas’

Conozco miles de “pegabanderas” que son los que animan nuestra democracia

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Todos queremos una mejor democracia y muchísima gente opina y propone cómo lograrla. Eso está muy bien. Pero la mayoría de los que escriben en la prensa u opinan en la radio o la TV lo hacen a partir de “lo que se ve” en la fase final del proceso electoral y en la actuación de los representantes votados para los diferentes cargos de elección popular e ilustrando usualmente con “la mala calidad de los diputados”. La mayoría ignora cómo es el proceso para llegar ahí y lo que entraña.

Los análisis de las escuelas e institutos de ciencias políticas, de los politólogos en ellos formados, de quienes trabajan en ONG dedicadas a estos temas y de gente que hace saber su opinión, nos ofrecen brillantes y sólidos análisis de resultados comparativos, de encuestas de opinión y de “sistemas comparados”.

En algunos casos, incluyen la relación de “lo político” con otras áreas de la vida social. En general, se trata de enfoques “macro” que hacen descansar la mejora del sistema en apelaciones a la conciencia para cambiar las reglas y no en formar las mayorías que cambien las reglas y, por esa vía, la calidad de la política.

Para la mayoría de estas personas, “el pegabanderas” es el personaje óptimo para ilustrar los males del sistema político, especialmente de los partidos.

Estereotipo. “Pegabanderas” es un estereotipo que caracteriza a una persona poco educada, que vive de la política, mercenario, vagabundo, “sirve pa' nada” y que “siempre cae parado”.

Conforme a algunos columnistas, si echamos a los “pegabanderas”, tendremos una democracia que sí vale la pena (por no decir “casi perfecta”), sobre todo porque a ellos (y ellas) los sustituirían personas ilustradas, honradas, trabajadoras, que “sí saben lo que Costa Rica necesita”.

Casi automáticamente, los males del Estado y la sociedad costarricenses quedarían resueltos: tendríamos buenos sistemas de transporte, se acabaría el déficit fiscal y con ello la inflación, el tipo de cambio llegaría a “lo que debe ser”, las tasas de interés estarían apenitas por arriba de las internacionales, la economía crecería entre el 6% y el 10% anualmente de modo sostenido, la educación comenzaría a mejorar en calidad, cobertura y retención a tal ritmo que en unos cinco años estaríamos entre Finlandia y Shanghái en el estudio de PISA. Además, la pobreza bajaría a “niveles tolerables” porque eliminarla del todo, “hay que reconocerlo”, es imposible. Y, sobre todo, se acabaría la corrupción… Agregue usted todas las otras ventajas que habría en un “escenario” como este.

Errores. Hay al menos dos graves errores en estos análisis: los “pegabanderas” no son como el estereotipo los pinta y alguien debe hacer el trabajo de los “pegabanderas”. (Por cierto, en campañas de hace años, sí había durante el proceso electoral, en todos los partidos, algunas personas que trabajaban pegando banderas, sobre todo en los techos de las casas y recibían por ello una remuneración).

Quienes hoy son llamados despectivamente “pegabanderas” son en realidad personas de distintas edades, formaciones, oficios, que están en los estratos iniciales de la pirámide que dibuja la estructura y procesos de la democracia representativa.

Y democracia representativa, con algunas pocas adiciones, es lo que tenemos en Costa Rica; democracia mucho más democrática (valga la redundancia intencionada) que la pretendida democracia “participativa” de regímenes que la usan para ocultar y manipular la supresión de derechos básicos.

No me opongo a la idea de “democracia participativa” siempre y cuando esta tuviese los mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y alternabilidad en el poder, de nuestra imperfecta democracia actual. Pero hasta ahora, no he visto que funcione sostenidamente en la práctica.

Entonces, la menos mala de las formas democráticas (Churchill) empieza por la celebración de asambleas distritales, seguidas por cantonales, etc., para llegar a una Asamblea Nacional, Plenaria (General o como se le llame en cada partido), que se ha conformado de abajo hacia arriba.

Involucrarse. Si quienes piensan que no estamos bien representados (como seguramente ocurre en muchos casos tanto en los partidos como en el Gobierno) y quieren cambiar esto radicalmente –como suelen decir– deben empezar por involucrarse en algún partido político y trabajar día a día, en el marco de la legislación actual, para participar en la conformación del poder político democrático y, a partir de ello, promover y realizar los cambios políticos que ellos creen que mejorarían sustancialmente nuestra democracia y nuestro país.

Esto conlleva mucho trabajo y dificultades, elementos que se subestiman, u omiten del todo, en las propuestas o críticas de los analistas y observadores. Y seguramente ahí deberán trabajar con “pegabanderas” y quizá convertirse en estos.

Conozco miles de “pegabanderas” que son los que animan la democracia tal como existe en Costa Rica. Los hay buenos y malos, como hay catedráticos malos y buenos, empresarios honrados y de los otros, periodistas objetivos y de los de otro tipo, columnistas honestos y de los que machacan para reafirmar estereotipos, prejuicios y nos presentan como un país fracasado, que no somos.

“Costo de oportunidad”. Hoy he tocado este tema porque rara vez, salvo en los artículos sobre la economía, los articulistas y analistas explicitan que todo sistema, toda acción, tiene un trade off, digamos un costo de oportunidad.

Generalmente, quienes critican acremente nuestro sistema y creen que tienen la “pomada canaria” y ellos y sus amigos son quienes pueden aplicarla, omiten los trade offs: para aplicar su pomada canaria (suponiendo que lo sea de veras) “hay que joderse”, como brillante y muy acertadamente ha explicado el Dr. Gustavo Román Jacobo en estas mismas páginas. Recomiendo todos sus artículos: se salen del “consenso negativista”, son claros, profundos, amenos, van contra corriente.

Y necesitamos esas dosis de realismo, para superar lo malo del actual estado de cosas, pero también rescatar y reforzar lo bueno y magnífico que hemos construido, con participación de muchas generaciones.

Sí, necesitamos gente que vaya contra corriente desde perspectivas varias; pero si es para cambiar las cosas radicalmente porque están muy mal, deben meterse a hacer el trabajo y no solo criticar a quienes lo hacen.

Nadie va a hacer el trabajo por ellos. Tendrán que gastar suela de los zapatos, tocando puertas y respondiendo preguntas del tico de a pie. Y muchas veces soportar insultos.

La participación política conlleva relacionarse con los “pegabanderas” o, quizá, hasta convertirse en uno de ellos, pero no conforme al estereotipo, sino en sus aspectos positivos, en su dedicación y trabajo.

Y como los nuevos aspirantes-dirigentes serían gente educada, inteligente, con método de pensamiento y trabajo sistemático y objetivo, descubrirán muchas cosas que no saben o no se explican. Esto los hará ciudadanos mejores y más eficaces para la construcción de una sociedad más justa y honesta. Sobre todo, podrán ejercer el “control de calidad” tan necesario para escoger a “los mejores”. Y seríamos un país mejor.

El autor es economista.