En busca de la sustancia política

Queremos gente nueva en el Gobierno, pero permitimos que nos inunden los populistas

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Pareciera que hemos caído en las redes del populismo por ser pasivos y no aprovechar las oportunidades para participar en política; por dejar espacios que, por si no nos hemos dado cuenta, nunca quedan desocupados, pues rápidamente son invadidos por todo tipo de corrientes ideológicas desarrolladas dentro del ambiente de la democracia.

Los “políticos de oficio” (aquellos que viven de la política), cuyos máximos exponentes pertenecen a los partidos en general (de izquierda, derecha o centro), alcanzan acuerdos “naturales” y postergan decisiones necesarias para solventar la crisis. Así se perpetúan los problemas que, al fin y al cabo, generan el ecosistema que los mantiene y ha secuestrado toda iniciativa o idea que intente solucionar los problemas nacionales.

De ahí la cantaleta de la ingobernabilidad. Todos se excusan en ella y nadie hace nada por erradicarla, evidentemente, porque les conviene.

En ese mundo político, mientras más fea se ponga la situación mejores serán las condiciones para ellos.

Seudosalvadores. Los “políticos de oficio” se hacen indispensables: unos se presentan como “salvadores” de la clase trabajadora y otros, como “defensores del empresario”.

Ambos tipos de gente polarizan la sociedad y provocan odios y envidias, así como un clima de tensión social suficiente para justificar, precisamente, su existencia; son políticos que viven de todos nosotros, quienes, cual borregos al corral , seguimos “deleitándonos” de los cuasi debates, los programas de radio mañaneros o las entrevistas “de fondo” de los noticiarios nacionales que los utilizan como protagonistas de las seudonoticias.

Lo cierto es que somos presos de una dinámica política mediocre. Nos ha secuestrado el populismo y parece que no nos damos cuenta; queremos gente nueva en el Gobierno, proponentes de ideas frescas, pero a la vez permitimos la inundación de los extremistas populistas que destruyen fácilmente toda buena iniciativa y carecen de recursos para proponer algo que no tenga que ver con confrontación o división social.

Nunca, como hoy, he sentido más apropiada la famosa frase del profesor y filósofo español Ortega y Gasset: “Que no sabemos lo que nos pasa, eso es lo que nos pasa”.

Deformación. La confusión permite que la gestión política de partidos extremistas, sin mucho esfuerzo, contribuya a la deformación de las nuevas generaciones; si ese proceso no se interrumpe, nuestro país caerá en una crisis sin parangón, donde el populismo reinará y serán elegidas personas que nos llevarán al borde del abismo o, seguramente, nos lanzarán al vacío.

Es momento de cuestionarnos cuál es la sustancia que nutre el pensamiento político de los costarricenses, cuál la historia y las bases intelectuales que lo respaldan y qué han hecho esas organizaciones por la Costa Rica que hoy nos enorgullece.

Ahora bien, ¿por qué, si disfrutamos tanto de la vida en democracia y reconocemos las oportunidades que esta genera, somos indiferentes a los cambios políticos y ponemos en riesgo la institucionalidad eligiendo, en posiciones de poder, a personas que no presentan ningún planteamiento para construir un futuro más próspero?

Las nuevas generaciones, ajenas a las luchas caudillistas ocurridas a mitad del siglo pasado, podrían sorprenderse al descubrir una buena cantidad de costarricenses de gran valía, cuyo legado no podemos traicionar volviendo la mirada hacia radicales de izquierda o derecha, que representan la versión más pura de un populismo sin agenda ideológica, que solo se preocupan por encontrar la palabrería que cautive al elector inculto.

Debemos resistirnos a ser simples espectadores de este episodio de la vida nacional, nuestra nacionalidad exige que defendamos –de todos aquellos que han hecho de la política su oficio distorsionando los medios y la finalidad que los debe inspirar– nuestros valores, nuestras creencias ideológicas y nuestras organizaciones.

Elías Soley G. es abogado