El trabajo doméstico y la economía

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El lunes, como todos los días, muchas mujeres se levantarán temprano y tomarán las riendas del hogar para iniciar la rutina que encaminará a sus hijos hacia los centros educativos, y decidirán y organizarán los quehaceres del hogar.

Luego, gran parte de ellas se marcharán hacia sus trabajos, en donde, en los ratos libres, seguirán orquestando a distancia una infinidad de labores que mantendrán en equilibrio su familia y su casa.

Otro grupo permanecerá en sus hogares, a cargo de la administración y la limpieza del hogar, a lo que se suma el cuidado de niños u otras poblaciones dependientes. Todo esto, sin expectativa de remuneración o reconocimiento social alguno.

Es es la “normalidad” que vivimos las mujeres en nuestro país en el ámbito privado. Todas las personas consumimos el trabajo doméstico y el cuidado provisto de nuestras madres, alguna familiar o una tercera. Sin embargo, ¿somos conscientes de la importancia que tienen estas labores en nuestra vida cotidiana?

Todas las actividades que permitan a las personas alimentarse, educarse, estar sanas física y mentalmente, y ser receptoras de afectos, se transforman en un patrimonio imprescindible para que podamos sobrevivir en la sociedad. Por otro lado, contribuyen también a la formación de personas capaces de desempeñarse de manera óptima dentro del sistema económico y, por tanto, ser productivas.

Se ha demostrado que el trabajo doméstico no remunerado y el trabajo de cuidados es por sí una actividad económica. La “economía del cuidado” ha sido el enfoque teórico que ha estudiado la relación hogar-economía. Esta teoría ha replanteado la clásica percepción de que los hogares son una unidad de consumo de bienes y servicios, y los ha planteado como “un espacio bastante indefinido de bienes, servicios, actividades, relaciones y valores relativos a las necesidades más básicas y relevantes para la existencia y reproducción de las personas en las sociedades en que viven”.

Desde esta perspectiva, como toda actividad económica, tiene costos asociados, soportados casi en su totalidad por las mujeres. En primer lugar, porque se nos han impuesto estas labores a partir de la división sexual del trabajo, que nos asigna, a partir del sexo biológico, las tareas de cuido con base en un concepto distorsionado de feminidad.

En segundo lugar, al ser labores que no cuentan con horarios, salarios, determinación de funciones, seguridad social, bajo o nulo reconocimiento, etc., tienen un alto costo de oportunidad en tiempo y energía para quienes lo realizan, lo que limita nuestra autonomía al restringir el acceso efectivo a los derechos y carecer de las protecciones legales del trabajo asalariado.

Economía invisible. Para la economía del cuidado, la división sexual del trabajo explica en gran parte las desigualdades de género, pues la participación en estas labores no es igualitaria dentro de los hogares y, a la postre, repercute para las mujeres en una disminución de posibilidades en el mundo “extradoméstico”, que van desde oportunidades laborales hasta actividades sociales y de ocio.

Asimismo, aunque en muchos casos la mujer logre ser parte del trabajo remunerado, sigue soportando las sobrecargas del trabajo doméstico y del cuidado, lo que también limita su autonomía en las posibilidades de capacitaciones, estudios, ascensos, etc.

En conclusión, aquellos actos que realizamos muchas mujeres desde nuestros hogares son parte de una “economía invisible” para el registro formal de los indicadores económicos, pues socialmente no tienen reconocimiento. Por esta razón, muchas economistas feministas se han empeñado en evidenciar el aporte de estas actividades a la macroeconomía.

A pesar de todo, el trabajo doméstico y de cuidados sigue siendo la plataforma por excelencia de la formación de fuerza laboral que dará continuidad a la cadena productiva. Además, es la plataforma de gran parte del bagaje emocional que poseemos, de ahí que las mujeres que lo realizan, desde un mundo oculto y silente, sin contar con una jornada definida y especificidad de labores, son pilares fundamentales de nuestro sistema económico..