El sinsentido de la guerra

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Posiblemente, si tomamos la historia de la humanidad, vamos a encontrar que el tiempo en que los seres humanos han vivido en paz se puede medir en días o semanas, mientras que los conflictos pueden medirse en años o siglos.

Mucho se ha escrito en las últimas semanas sobre los cien años que van desde el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta nuestros días. Cien años en los que vivimos otra guerra mundial, dos grandes depresiones económicas, la de 1929 y la del 2008, innumerables genocidios y una gran cantidad de conflictos bélicos. Lo que la historia nos enseña es que la guerra ha sido la norma y la paz, la excepción.

Fracaso de la política. Karl von Clausewitz ciertamente se equivocó cuando dijo que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Yo pienso que la guerra, que no significa otra cosa que muerte, destrucción, dolor humano, odio y desesperanza, no es más que el fracaso de la política para resolver conflictos.

Con las armas sofisticadas con que cuenta el mundo hoy (cohetes que interceptan cohetes, bombas que pretenden dar siempre en el blanco y drones, o aviones sin piloto, que bombardean a control remoto), las partes en conflicto acuden con mucha ligereza al uso de la fuerza militar. Lo irracional de la guerra moderna es que antiguamente, con armas mucho más primitivas, quienes morían en los campos de batalla eran soldados, mientras que hoy, a pesar de la altísima tecnología de las armas modernas, las víctimas en los conflictos actuales son fundamentalmente civiles inocentes, como lo vemos actualmente en Ucrania y en el conflicto israelí-palestino, así como lo vimos en Centroamérica en la década de los ochenta.

Aberración y excusa. Pienso que la máxima latina “Si vis pacem, para bellum” –que significa “Si quieres la paz, prepara la guerra”– es una aberración y la excusa que ha utilizado el mundo para perpetuar la carrera armamentista. En la Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano pensábamos todo los contrario, por lo que nos decidimos a redactar un código de ética sobre el comercio de armas, el cual, pocos años después, se transformó en el Tratado sobre el Comercio de Armas que introdujo mi segundo gobierno en el seno de las Naciones Unidas para su discusión y eventual aprobación, la cual tuvo lugar el año pasado.

La disminución del gasto militar mundial solo cosas buenas puede ofrecerle a la humanidad: liberar recursos económicos que pueden ser canalizados para aliviar la pobreza, proveer de agua potable, luz eléctrica y alcantarillado, garantizar la salud, la alimentación y la educación a millones de seres humanos, así como encontrar la cura a muchas enfermedades o atenuar la degradación del medioambiente, entre otras necesidades cuya solución nos daría un futuro más esperanzador.

Aplaudo, como todo el mundo, el cese del fuego entre judíos y palestinos en la franja de Gaza. La solución, sin embargo, es alcanzar un acuerdo de paz que permita la creación del Estado palestino y garantice la seguridad de los pueblos de Israel y Palestina. Ahora bien, la seguridad no se alcanza tan solo con un cese del fuego, sino con la firma de un acuerdo de paz.

Error fundamental. Algunos opinan que la seguridad del pueblo judío es un requisito indispensable para volver a la mesa de negociaciones. Considero que esa afirmación entraña un error fundamental: la seguridad solo se alcanza una vez que se logre un acuerdo de paz. Hacer del fin de la violencia una condición para retornar a la negociación es poner la carreta delante de los bueyes. Solo cuando se firme un acuerdo de paz podrán disfrutar de seguridad los judíos y los palestinos.

Alcanzar la paz no es fácil, pero sí necesario. Como lo dije en Oslo al recibir el Premio Nobel de la Paz, “la paz no se puede forzar en la nación más pequeña, ni puede imponerla la nación más grande”. La paz se construye: eso es lo que deben hacer Israel y Palestina.